Es difícil elegir el mejor programa deportivo de la historia de la TV argentina. Pero es muy fácil elegir el peor. Netflix ha decidido poner en pantalla, para estos tiempos de peste, a la peste misma en materia de transmisiones de fútbol. Sí, sí, ha vuelto, en versión comprimida (menos mal), Fútbol de Primera.

Un programa totalmente prescindible, que de no ser por el registro de la historia de cientos de partidos, jamás sería rebobinado por quienes aman el periodismo deportivo.

Sólo los alcahuetes de Carlos Avila defienden hoy aquella barbaridad que nos trajo, entre otras cosas, una variante del relato radial: el relato escatológico, en la voz de Marcelo Araujo. Unos cuantos jóvenes relatores creyeron encontrar allí el símbolo de la desfachatez, cuando lo era en cambio del disparate. Lo peor de todo es que lo imitaron. Y entonces nacieron los peores relatores, los imitadores de todo aquello que no había que imitar.

Ni que hablar del comentarista. Quien editó, a manera de chiste, el especial que nos muestra Netflix-versión pandemia, quiso mostrar con humor, lo que era realmente lo más cómico de Fútbol de Primera: la minúscula variedad de lenguaje de Enrique Macaya Márquez. Que durante años Macaya abriese el programa de la misma manera no era una virtud, era una realidad de su vocabulario. Lo mismo le sucedía cuando debía comentar, sobre todo cuando el partido iba a cero a cero.

Ni hablar de los veinte años de ausencia de un análisis de la pésima dirigencia del fútbol argentino, de los negocios y corrupción de la AFA-CONMEBOL-FIFA, que explotaría años después, con directivos de TyC presos. 

Verdadero récord mundial: 20 años sin criticar a un presidente de la AFA. 

O la presencia de un muñequito, con forma de robot, que ponían en el programa a contar chismes, nunca confirmados, para embarrar a los futbolistas.

Construido en base a un solo desmérito, la billetera, Futbol de Primera acumuló rating gracias a una extraña figura retórica. El programa lo elaboraba una empresa llamada Torneos y Competencias, pero estaba prohibido que otro programa compitiera con ellos. El buen humor popular de los noventa pasó a llamarlos: Torneos sin Competencia. Oximoron a pleno.

Claro, era muy fácil colgarse medallas, copar las pantallas los domingos a la noche, cuando los de Torneos eran los únicos autorizados a meter cámaras en los estadios gracias al jugoso contrato (el jugo chorreaba hacia las oficinas de TyC) celebrado con la AFA de Julio Grondona.

Cuando los demás programas de TV (noticieros incluidos)  querían meter cámaras en el verde césped estaban obligados a firmar un compromiso de no emisión de las imágenes hasta que finalizara, pasada la medianoche del domingo, Fútbol de Primera.

Años después, desde la acertada política de lanzar Fútbol para Todos, se parió una frase un tanto desafortunada, pero al mismo tiempo exageradamente contundente para la memoria de los hinchas: “Torneos tenía secuestrados los goles”.

El programa llevó muchos años en Canal 13, y estaba basado en la exclusividad de los derechos para filmar lo que se les viniese en ganas dentro de las canchas. Fue el mecanismo de la gallina de los huevos dorados que permitó construir el poder de un monopolio comunicacional que ya todos conocen porque tienen un hombrecito tocando una trompetita, nada menos que roja. Si tu canal de cable pequeño en un pueblo no compraba los derechos, no tenías fútbol. Si no tenías fútbol, el canal de cable rival de tu pueblo, que sí lo tenía, te aplastaba. Y una vez aplastado, tus acciones valìan nada, entonces el canal del fútbol, simplemente te compraba.

Cuando en 2020 Netflix resolvió rescatar el cadáver de Fútbol de Primera seguramente pensó en dólares. La pasión, medida en verde, como el césped. 

Se promociona como lo mejor de los 20 años del programa que ganó tantos premios Martín Fierro.

Pero dejaron de lado un detalle: el olvido había sido el mejor premio de todos. Hasta este otoño, Futbol de Primera, lentamente se extinguía en la memoria popular porque nada había dejado periodísticamente.

Hasta que llegó Netflix. Maldito o maldita o maldite Netflix.