El mundo del fútbol argentino tiene estas cosas. O tal vez estamos iluminados por la sensación de esperanza que se vive en buena parte del país, y entonces será que uno pretende sentir cosas buenas en los lugares más increíbles.

Hace mucho no se veía una recepción de agradecimiento a quienes habían quedado en el segundo lugar. Se vivió el domingo con River.

Aquellos tiempos pasados cuando las hinchadas rivales aplaudían los triunfos del equipo de la vereda opuesta (recordemos siempre el agasajo fervoroso de los hinchas, dirigentes y equipo de Independiente al Racing campeón intercontinental en 1967) parecieron retornar en parte cuando nos enteramos que miles de hincha de River resolvieron esperar a los jugadores del 1-2 ante Flamengo para agradecer la buena campaña brindada.

Excelente señal. Para un país futbolero y periodístico que fue educado en la mala costumbre del exitismo y el culto al primer puesto, no solo es una maravilla está recepción. Le sumaremos el rato de cordura de un equipo millonario que mantuvo -en líneas generales -la mediana serenidad frente al resultado adverso mientras el equipo campeón subía al escenario para recibir el trofeo mayor.

Si fue Gallardo el responsable de este toque de resignación que pone al fútbol en su correcto lugar (simplemente un juego, un deporte, una forma de ganarse la vida) no lo sabemos. Pero hace rato, por no decir décadas, que en la Argentina buscamos eso.

La de este fin de semana fue una breve señal. Muy breve. En el medio de una continúa vorágine de fanatismo e intolerancia que se sembró y se siembra en cada rincón futbolero y que ojalá se apague un día y para siempre.

Sea quien sea este el impulsor en River de este principio de "vida normal" que acepta la derrota...de lo que estamos seguros es de que no se lo debemos al periodismo argentino. Aquí en la prensa las cosas funcionan con el viejo culto bilardista y del mundo del consumo. Nunca olvidaremos que la exaltación del pisoteo al rival, la colocación de diarreicos en el bidón, el desprecio a la medalla de plata o la justificación para que los jugadores se sacasen del pecho la medalla del segundo puesto, llevaron a ciertos periodistas y relatores a creer que por ello habían adquirido los méritos para llevarse un Martín Fierro. Todavía sufrimos las consecuencias y ahí andan en ciertas radios y ciertos canales los desaforados cronistas que destrozan jugadores y rivales a punta de insultos y chistes de mala muerte. O los imitadores de Marcelo Araujo, ícono de aquellas barbaridades.

Si vamos a ser mejores de aquí en adelante dependerá de nuestras conciencias.

Por ahora agradezcamos éstas gotas de ilusiones que nos deja River. Dignamente.