Usted no debe conocer a Jordi Évole. Yo tampoco. Pero bien vale una presentación: periodista de Barcelona (de la ciudad y del club), alguna vez relator de fútbol, alguna vez cómico, alguna vez atorrante de entrevistas a gente muy conocida. Digamos, un “famosito” de la España actual.

A Jordi, quien cada tanto escribe para Mundo Deportivo, suelen consultarlo algunos periodistas argentinos en el afán de creer que porque alguien vive en España debe saber todo sobre aquello que le pasa al Barcelona de Messi, a Messi y a los argentinos sobre Messi.

Lo concreto es que Barcelona quedó eliminado, que Liverpool le pasó por arriba y que el viejo tema de nosotros los periodistas (filosofar sobre la simple realidad de un resultado) no parece tener final.

A Jordi lo consultaron desde el programa de Ernesto Tenembaum en Radio con Vos. El punto en cuestión era ¿qué le pasa a Messi? ¿Qué le pasa a Barcelona?

Y Jordi cayó en el más tonto de los errores, como caen centenares de periodistas deportivos cuando hacen sus comentarios y se ponen en futbolistas, Dijo Jordi algo similar a lo que escribió horas antes del reportaje radial: “sólo puedo decir que el martes nos eliminaron con todas las de la ley. Pero hemos decidido que estamos obligados a ganar porque tenemos a Messi, como si tener al mejor jugador del mundo nos convirtiera de saque en el mejor equipo del mundo. ¿Y si resulta que hay rivales mejores que nosotros? ¿Y si lo empezamos a reconocer? ¿O volvemos a caer en el error de cada año: “Vamos a por el triplete”? Un poquito de humildad no nos iría mal. De los cuatro semifinalistas, creo que actualmente éramos el equipo más flojo”.

Así que aquí tenemos a Jordi jugador. El millonésimo periodista que usa el remanido recurso de hablar como si todos los domingos, y martes, y sábados, fuese uno más del equipo catalán.

Ya basta de semejante estupidez, que no es un tema menor. O es que no hemos aprendido que quienes juegan son los futbolistas. La maldita costumbre que no sólo usan los periodistas (pero son los periodistas quienes las multiplican) y que produce leves daños en estos asuntos del deporte. Pero mucho daño a la hora de la historia, de la fama, de la trascendencia y, por qué no, de los libros.

Por efecto contagio (sea al derecho o al revés) los políticos se acostumbraron a hablar de esa manera. Y también unos cuantos historiadores, mal acostumbrados a escribir con la misma exaltación del yo hacia los gobernantes, ministros, o funcionarios.

Así tenemos que la semana pasada, en la inauguración de alguna obra en esta ciudad, al vicejefe de Gobierno se le ocurrió vociferar  que “nosotros hicimos este Viaducto”.

Ustedes no hicieron nada. Las obras las hacen los obreros, los ingenieros, las trabajadoras. Algún día tendrán que reconocerlo, así como los periodistas tendrán que reconocer que ganen o pierdan o empaten, el resultado (bueno o malo) les pertenece a  los jugadores. Y que nunca ganamos, nosotros, una bendita Copa.

Así son las lecciones de humildad que tanto nos faltan. Que al final de cuentas son lecciones para contar la verdad. Y que llevarían a sacar de la escena de la fama absurda a tanto periodista que se la cree, al compás de los millones que gana.

Y si no les gusta, lean el poema más maravilloso que se haya escrito: “Preguntas de un obrero ante un libro…”