Aplauso, medalla y Copa para River. Un ganador con todas las luces.

¿Y ahora?

Puede ser que lo más sensato que se haya dicho en la transmisión de FOX del domingo surgiese de la reflexión final  del relator Mariano Closs, a quien también le preocupaba lo siguiente: “ ojalá que a partir de esta final las cosas se hagan de otra manera en la Argentina

Closs debe saber que la esperanza de un renacimiento en el fútbol argentino luego de las lecciones que el desopilante Boca-River nos dejó, es efímera.

Décadas de ruina, desmanejos, corrupción, muerte, negocios, capitalismo y dirigentes caretas se metieron hasta en los pliegues más ocultos de cada club, de cada rincón de vestuario, de cada oficina, de cada tribuna.

Pero uno apuesta, pese a todo, al aprendizaje del “algún día sucederá lo contrario”.

Y cuando en esa nube de esperanzas, se nos ocurre mirar nuevamente el fin de la noche del Bernabeu, regresan a su lugar nuestro candor e ingenuidad: en el césped del Real Madrid los festejos de la Copa parecen de otro mundo. Boca en la cancha, con caras indubitables de pena y desaliento, aguardando que el campeón festeje. Algo así como un reconocimiento de la derrota, sin odios aparentes. Un entrenador (Guillermo) que acepta los saludos del presidente adversario (D’Onofrio). Un goleador del equipo perdedor que se anima a sonreírle al mismo D’Onofrio que también se acerca a ¡felicitarlo por el gol”!

Entonces uno se pellizca y despierta: mientras aquello sucedía, los jugadores de River festejan sobre la tarima al compás de un canto agresivo para “los bosteros”. Otra vez sopa. Y en el vestuario, algo parecido, pero esta vez con agregados y destinatarios dirigenciales (Angelici y Macri)

Y por más que uno sepa que son Angelici y Macri dos de los personajes más dañinos contra el pueblo argentino que ha parido la historia, y que las ganas de que Nunca Más regresen son crecientes y palpitantes, nos hubiese gustado un plantel de River que se olvidara por un buen rato de los vencidos y se dedicase por tiempo completo a llevar adelante un fiesta propia, que bien merecida la tiene.

¿Qué puede pasar para que los anhelos de Closs se cumplan? ¿Usted imagina algo? A nosotros no se nos ocurre. Han hecho tan mal las cosas todos los que manejan el fútbol que las autocríticas brillaron por su ausencia, y sin ellas será imposible transitar otro sendero.

Nadie sabe qué pasará en la Argentina la próxima vez que deban enfrentarse Boca y River en cualquier punto del país.

Pero lo peor es que nadie sabe qué pasará cuando se enfrenten Arsenal y Chicago esta noche, por citar un ejemplo.

Y ni que hablar del periodismo. Los cuarenta días que conformaron la vivencia de esta final que ya es adiós, dieron cuenta de otra verdad: no somos capaces de crear, de imaginar, de inventar. Teníamos en bandeja uno de los acontecimientos más fabulosos de la historia del fútbol mundial. Con mil y una historias para contar. Nuevas y viejas. Pero no. Ocurre que somos el periodismo de los gritos en televisión, en radio. Y también somos el que grita hasta en los editoriales de los diarios. Una manga de quejosos que abundan en frases hechas y que no sabemos ni los reglamentos. Una jauría de bebedores de sangre que cree que es divertido alentar la publicación de memes uno más estúpido que el otro. Y lo que es peor no sabemos decirles a quienes cortan el bacalao – los dirigentes- cómo deben hacerse las cosas.

Tal vez la mayor enseñanza nos la haya dado una periodista mujer y nacida en España. Cristina Cubero, subdirectora del diario Mundo Deportivo, escribió este editorial que merece ser leído completo:

Les vamos a seguir robando. Sigan así, despreciando su talento, entregándolo, rindiéndose ante la plata, sintiéndose inferiores por querer ser como ellos. Sigan así y les seguiremos robando las ilusiones y hasta el alma. El fútbol es un valor que Argentina hizo bandera. Sólo un país con creatividad en las venas puede parir a Maradona y a Messi y que sólo se discuta quién ha sido el mejor de la historia, si el Diego o el primero al que les arrebatamos porque en Barcelona sí podían pagarle un tratamiento médico.

El G-20 ha pasado por Buenos Aires y no ha pasado nada. Pero el fútbol es más productivo, es un regalo más preciado, un bien para comerciar. Se lo hemos robado y todos son cómplices y todos están lucrando, menos el pueblo, menos los aficionados, menos Argentina que se consume y se empequeñece, que se hace vulnerable, tercermundista.

Un Superclásico en la final de Libertadores, un River-Boca en el Monumental que decida el título más importante en Sudamérica, la envidia del mundo, el Real Madrid-FC Barcelona que nunca tuvimos en la final de Champions, la madre de todos los partidos… y se lo afanamos, en sus narices, y encima les dicen que es culpa de todos ustedes, no están preparados… Y los que deberían levantar la voz y plantarse viajan en primera clase a Madrid para alojarse en un hotel de super-lujo y ver lo bonita que está la capital con las luces de Navidad.

La culpa no es del insensato hincha de River que lanza una piedra al autocar de Boca con la complicidad de un gobierno que se ‘relaja’ con la seguridad. La culpa es del que no entiende que este partido es una oportunidad de vida. La culpa es de Mauricio Macri por no imponer que se juega en Buenos Aires o no se juega. La culpa es de los presidentes de River y Boca que no se plantan. Porque ellos tienen la responsabilidad y el poder para hacerlo. La Conmebol se vende porque queda mejor en la foto el lujoso y ordenado palco del Santiago Bernabéu, el estadio en el que nos citaremos los ricos para ver un espectáculo desnaturalizado. Les vamos a seguir robando. El fútbol y hasta sus almas.