Matías Diarte. Así se llamaba. Murió la semana pasada, víctima del ataque de la barra brava de Boca antes del partido en Formosa, ante San Martín de Tucumán, por la Copa Argentina.

Su nombre quedará en los pocos registros de la violencia en el futbol, como uno más.

El periodismo deportivo que insiste en negar o minimizar los acontecimientos, miró para otro lado. Como lo hace siempre, sobre todo cuando la violencia es generada e impulsada y exhibida por la barra brava más protegida policial y políticamente en la Argentina. Antes y ahora.

Qué mala costumbre adquirimos los argentinos que, por miedo o por conveniencias políticas o económicas, el silencio ha sido y es la herramienta principal que exhibe la prensa para estos contenidos.

En unos días más, cuando se acerquen los momentos decisivos de la Copa Libertadores, todo será elogio para quienes se jactan de la muerte y de la intolerancia.

Nada se hace desde la dirigencia de Boca para educar a los hinchas. Hace más de 20 años que gobierna el macrismo en el club y jamás hubo política para alejar del club a quienes alientan la violencia. Las diversas comisiones directivas boquenses no sólo ayudan y fomentan este espíritu de guerra y combate en la tribuna (recordar solamente los episodios con Chacarita en 1999 y ante River en 2015, ambos en la Bombonera) , sino que gozan del beneficio de la mano sobada en el lomo por una prensa que jamás les pregunta a los dirigentes por una política de “educación y respeto” a enseñar a gran parte de sus hinchas.

El hincha de Boca, mayoritariamente, (o al menos eso nos parece de nuestros diálogos en distintos terrenos) entiende que la violencia debe terminar lo más pronto posible. Quizás no sepa bien de los caminos para lograrlo y por ello, de a ratos, ingresa en la contagiosa creencia de observar a la Doce como un referente, y hasta una guía en la vida tribunera. Modificar estas costumbres y estos conceptos llevará sus años. Pero si jamás se empieza, todo será más difícil.

Pedir que algo de ello se exprese en la página oficial de Boca o en las declaraciones del presidente Angelici es como pedirle al reciente electo presidente de Brasil Jair Bolsonaro que respete los Derechos Humanos. Ni condolencias expresaron por el crimen de Diarte, el hincha tucumano.

No se trata de ingenuas medidas las que sugiere este cronista. En estas páginas mantenemos un espacio de pensamiento y reflexión alrededor de los roles del periodismo y del periodismo deportivo en particular para que alguna vez el deporte sea la maravilla que debería ser. Y para que concurrir a los diversos escenarios deportivos no sea una aventura, o una posibilidad de pocos, sino la realidad de obtener alegrías múltiples para las mayorías. Por eso nos gustaría escuchar otras ideas, antes que dedicarnos a seguir llorando muertos.

Los jóvenes periodistas deportivos tendrán que saber que esta tarea les corresponde a ellos/ellas. Y que para cumplirla, deberán derrumbar todos los vicios de las anteriores generaciones que pactaron con las dirigencias para no profundizar jamás en la búsqueda de un programa, un plan, un proyecto para que nuestros hinchas dejen de pensar en las armas, el insulto, la navaja, y la violencia cada vez que miran o se encuentran con hinchas de otros equipos.

Y hay que empezar con Boca. No hay otra forma de encarar semejante problema porque es la barra emblemática de la violencia y porque sólo con una serie de acciones que las “desmilitaricen” en mediano o largo plazo podremos pensar en un fútbol y un deporte de convivencia.