Arropado por un bombo peronista, consignas de años idos y no tanto y colgantes diversos que magnifican su habilidad para lograr el dinero que el hincha común no consigue para ir a un Mundial, el Tula, un señor que oficializó la AFA como el prototipo de las multitudes nacionales, ha recibido su premio.

Anda entonces el periodismo argentino exponiendo sus agudas reflexiones acerca de un Tula que luce sus 82 años y una silla de ruedas que, como un combo mágico, alivianan las críticas. O lo perdonan, por lástima.

Los peronistas de Perón lo saludan cual si fuera el verdadero peronista. Y lo repiten en sus redes mientras se convencen de que allí hay un verdadero ejemplar de un pueblo que suda y llega. Un discurso que parece un revuelto de Discépolo y Evita, garpa para defenderlo.

Los contras, o gorilas, se agarran con dos manos del pelaje para exhibir sus fotos y sus dichos y, un poco más, piden la crucifixión de ese ser que para ellos es un salvaje, al cual tratan como a un mapuche, un piquetero o un transpirado dirigente sindical.

¿Es el Tula el verdadero representante del hincha argentino o la hincha argentina? 

Los negocios de la FIFA dan para todo. Instituir el premio a la hinchada es una genialidad monetaria de una institución que ha logrado – de a ratos – tapar los nauseabundos aromas de corrupción que emergen de cada negocio que se hace en el mundo del fútbol profesional, y del que nada dice el periodismo.

Allí estaba, en la fiesta The Best, camuflado de presidente de la Fundación FIFA, uno de los hombres que en su mandato de cuatro años en la Rosada, sancionó la ley que premiaba a los evasores y les perdonaba penalmente sus deudas contra el país. (leer el artículo 54 de la ley 27.260).

El pobre (¿pobre?) Tula no tiene la culpa del cambalache en el que lo metieron desde el 27 de febrero de 2023. Para una parte de los rosarinos, y de los argentinos, el orgullo de un premiado más, parece superador de cualquier objeción por el lado de la decencia y la no violencia.

Si somos o no los mejores hinchas del mundo, lo decidirán otro tribunales o juzgadores de la humanidad, mucho más certeros en sus apreciaciones sobre nuestras bondades, miserias y balazos y puñaladas en las canchas o fuera de ellas.

Por ahora la medalla, el trofeo y la fama, se las llevó un hombre seleccionado por la mano todopoderosa de la calle Viamonte, donde se respira aún el olor a cadáver del muerto que sigue dañando al fútbol argentino, y cuyas iniciales son Julio Grondona, otro amigo del Tula.