Calculados, prolijitos, muy risueños y evidentemente redituables, los partidos homenajes o partidos de despedida, se han convertido en un retrato de estos últimos tiempos.

 Al llamado “Capitán eterno” de River, o “león del mediocampo” o esos nombres que confunden a estos señores con héroes falsificados, le tocó su turno un par de semanas atrás. 

Leo Ponzio tendría, según el correspondiente anuncio publicitario, “su partido despedida en el estadio Más Monumental en un espectacular evento para toda la familia, rodeado de amigos, invitados especiales, shows y grandes sorpresas”.

No deja de ser curioso que se ponen monotemáticos estos “espectaculares eventos”. Quizás porque ninguno pueda igualar el más romántico y plañidero de todos: el de Diego Maradona en la Bombonera allá en 2001. Aquel de la frase perpetua: “La pelota no se mancha”.

Por primera vez en una despedida, un homenajeado pedía perdón, a su manera.

En las despedidas de hoy la prensa deportiva pone cara de absorta, de embobada. En los días previos y en los días posteriores. Y se conecta con esos homenajes cuál si fuesen únicos, olvidándose de la persona.

Ponzio habrá sido un gran jugador para River. Pero sus últimas actitudes individualistas, egoístas, merecen el no olvido.

Quien se encargó de remarcarlo muy bien, en una brillante pieza periodística del domingo pasado, fue José Luis Lanao, el ex campeón mundial juvenil 1979, hoy columnista en Página 12.

En un fino texto nos recordó una gran verdad sobre Ponzio. Su falta de sensibilidad como empresario agropecuario al no vender su soja pese a la cotización diferencial que le extendió el estado para aguantar esta crisis de dólares, no generada por el pueblo trabajador. 

“Yo no liquido, me busco el mercado que sea mejor para mí. Este país te hace ser así”, manifestaba Leonardo Ponzio, poco después de que el Ministerio de Economía, a cargo de Sergio Massa, tomara la decisión de aplicar un dólar favorable para que los exportadores liquiden sus granos y el Banco Central fortalezca sus reservas. Ni así. Ponzio se mantuvo firme en su decisión. Le falló la propiocepción. Fue en busca de su corazón y no lo encontró. Había dejado de latir”, escribió Lanao. Brillante.

Esto de creer que los y las deportistas por el simple hecho de ser ídolos populares o cuasi populares son merecedores de adjetivos calificativos positivos para siempre, es cosa de antaño. De los tiempos del elogiador serial – hasta de los genocidas – llamado José María Muñoz, cuyo alias era “el relator de América”.

Suelen tener dos caras muchos deportistas. Como Ponzio.

O como Monzón, cuya biografía deportiva realizada por los especialistas debería comenzar siempre como empezó la última serie que de él se editó: con el crimen de su esposa luego de golpearla y ahorcarla.

El silencio y el ocultamiento, tan de moda en un sector del periodismo, no les hace bien a los ídolos. 

Porque los pies de barro siempre se ven, aunque los intente tapar un partido homenaje.