Dos frases remanidas e impotentes aún recorren los ambientes del deporte. “Yo hago periodismo deportivo, no me meto en política” y “yo de política no entiendo nada, juego al fútbol”.

Ambas reflejan el oscuro deseo de quienes manejan el poder en los medios. Lograr un desinterés en el compromiso político, disfrazado con los vocablos y los cortinados de una falsa neutralidad.

Cuando las garras del neoliberalismo que comandaban De la Rúa-Cavallo dejaban sólo sangre y hambre en los sectores populares, buena parte de los periodistas deportivos (mucho machismo en aquellas redacciones de comienzos de siglo) se escudaban en esas añejas consignas, para no dedicarles páginas, notas, informaciones, opiniones, a las movilizaciones masivas que pedían comida y un cambio de rumbo ante el voraz plan capitalista del Fondo Monetario que los grandes empresarios apoyaban.

Por entonces, integrábamos la redacción de la revista El Gráfico, aún un semanario de cierto prestigio en el mundo deportivo. La decisión de cómo encarar el siguiente número llevó unas cuantas horas.  Hasta que finalmente se parió la tapa que acompaña a esta evocación, acompañada por una serie de notas que no le sacarían el cuerpo a los posicionamientos de entonces. La mayoría estaba a favor de la lucha y la resistencia contra esos planes de ajuste y saqueo a los bolsillos de quienes menos tenían.

En el diario Olé la cuestión fue más tibia. Su tapa hablaría de la suspensión del fútbol debido a los crímenes del gobierno (“Estadio de sitio”, títuló).

Las secciones Deportes de los medios han brindado una gran cantidad de militantes sindicales y políticos a la vida cotidiana de la Argentina. Con rumbos distintos. Hubo quienes eligieron el camino de la derecha y otros que optamos por la fuerza de las ideas más revolucionarias hasta poner fin a la explotación. De a poco, unos y otros lograron que se perdieran los miedos y que mermara la almidonada manía de creer que las pantallas deportivas son sólo para hablar de una pelota. Hoy la situación es desigual: en los medios hegemónicos, el silencio político es vergonzoso. En los otros, domina la libertad.

Pero en los ambientes deportivos esta cuestión aún no maduró. Hay tanto temor a comprometerse con la política y con los pueblos y sus conquistas que aún los reglamentos y Estatutos de las asociaciones mundiales (Comité Olímpico y FIFA, entre otras) sancionan a quienes alzan suvoz contra las injusticias o se colocan una identificación política en sus uniformes. Una barbaridad de la Edad media.

Para estos tiempos de memoria de los veinte años de 2001, de tanta movilización y al mismo tiempo tanta masacre aún impune, se impone un recuerdo de quienes lograron dar el salto y sacar, al menos por un tiempo, el oscuro manto de silencio que pretenden imponernos a quienes nos llaman, con cierto desprecio, “los que se dedican al deporte”.

Los que nos dedicamos al deporte, no vivimos en una nuez. Levantamos nuestras banderas. Y esperamos que algún día todas y todos lo hagan.