Opina Deporte

El cuento de hadas que decenas de periodistas repetían hace unos meses y del que se hacían eco los periodistas deportivos, nublaba la mente de millones de argentinas/os, sumergidos en una euforia que se alentaba desde el gobierno. Vivían en una burbuja.

Ya está. Se van extinguiendo esas raras sensaciones que, en tiempos de Mundial, se nos producen a todos los /las argentinos/as. Excepto los borgeanos, enemigos del fútbol, el resto del país ha opinado de fútbol, del seleccionado, de la AFA, de Sampaoli y de Messi como nunca en su vida.

A la desinfomación abundante que día tras día se apropia de la TV Pública, Radio Nacional y todos los medios que maneja el gobierno, sólo le quedaba como última prueba la transmisión de la final de la Copa del Mundo.

De pronto, a un sector de la prensa deportiva argentina se le ocurrió que la manera de mejorar nuestro fútbol es bajo la sencilla receta del plagio. Copiar a los europeos.

En un contexto de histerias y con escenografías colmadas de lirios y crisantemos, transcurrirán las próximas semanas del andar deportivo en el país. Tendremos de todo: reyertas dialécticas por el final del Mundial, tertulias interminables por el futuro de Messi, ridículas evocaciones a situaciones de otros Mundiales, recursos verbales de los más insólitos para calificar a Sampaoli y unos cuantos miles de engendros mediáticos dispuestos a decir lo que nunca dijeron bajo el paraguas inocente e incomprobable de “yo lo había dicho antes”.

“Clasificamos”, dicen, escupen, escriben, gritan los periodistas con ese tono eclesiástico que los caracteriza después del triunfo de la Selección. Parece que hubiesen jugado “ellos”.

Pobre el pueblo argentino. En estos tiempos de sufrimiento, llegó la otra condena: la que suele repetirse cada cuatro años cuando transitan las horas mundialistas y entonces no queda otra que soportar, de día y de noche, la matraca habitual de los periodistas que se autodenominan enviados especiales.

Una de las frases más repetidas por los periodistas deportivos argentinos a horas de un Mundial de Fútbol ha sido  la siguiente: “no hay que mezclar el fútbol con la política”.

Cuando la imbecilidad gana terreno en el periodismo, las alarmas se encienden y un grito de guerra parece escucharse de Norte a Sur: ¡ agarren los libros!

Al fin no le vamos a echar la culpa de lo que ocurre al periodismo deportivo argentino. Se la vamos a echar al periodismo deportivo mundial. Por asuntos de familia, nos pasamos el fin de semana en Perú, país clasificado a la Copa del Mundo Rusia 2018 y donde se vive una pasión desmedida por el torneo que se viene. No hay empresa peruana que no se aproveche de la imagen de los jugadores para sacar productos y ofertas a más no dar. A ellos sólo les importa el “qué le dará el fútbol a mi balance” huyendo del “que le dará mi balance al fútbol”.