Son momentos de decir cosas fundamentadas con la mayor cantidad de datos posible. La mayor cantidad posible de datos. Posibles o, mejor, comprobables. Ahí vamos: entre los cines nacionales del mundo hay dos que, considerando toda su historia, poseen el mayor promedio por película de secuencias que se pueden ver una y otra vez para cambiar nuestro espíritu, para modificar nuestro talante, para que volvamos a creer en la grandeza del cine.

Con gran sustento científico estamos en condiciones de afirmar que esos dos cines son el estadounidense y el italiano. Sobre el estadounidense -americano, o norteamericano como les gusta decir a los imprecisos, o yanqui como les gusta decir a los imprecisos con carga de desprecio- ya hay hechas un montón de selecciones de fragmentos en muchos lugares, también seguramente las haya en youtube y también en Sábados circulares. Vamos entonces con el cine italiano, a ver unos pocos fragmentos de su grande belleza, o de su belleza grande.

1-El cine de Marco Bellocchio posee un arsenal de esos momentos, es evidente al revisar unos pocos minutos de sus películas que entramos en ese estado de asombro estético ante un maestro reinventado varias veces en más de medio siglo de carrera. Por ejemplo Sangue del mio sangue, en la que nos lleva al mundo de la Inquisición mediante un relato vampírico, como la obra máxima coppoliana, Drácula. Sangre de mi sangre es cine en ebullición, apasionado, un cine que sale y busca, y encuentra la belleza de la imagen de un río y un castillo musicalizados con una canción de Metallica. Uno ve Sangue del mio sangue y siente que nada más importa.

2-El cine de Paolo Sorrentino suele ser odiado por un 66,6% de los críticos. O quizás por más, pero no estuve leyendo todas las críticas de todos los críticos sobre todas las películas de Sorrentino. Allá ellos, y allá todos. Y qué manera de acumular secuencias inolvidables este  señor italiano especialista en hacer platos fuertes, nada indefinidos, nada livianos. El cine de Sorrentino impide que uno no mire el cine de Sorrentino cuando está mirando el cine de Sorrentino. Sorrentino es un manierista convencido y convincente, y logra irritar, provocar, y desorientar. O fascinar: desde su debut con L'uomo in più (2001, que compitió en el Bafici) el cine de Sorrentino ha sido cine expansivo, generoso, excesivo, italiano. La secuencia inicial de L’amico di famiglia es de esas para ver y volver a ver: es un fragmento de partido de vóleibol femenino filmado con travellings lentos al ritmo de “My Lady Story”, de Antony & The Johnsons. Golpe a golpe, salto a salto.

Claro que hay mucho más del cine de Sorrentino al que volver, y La grande bellezza tal vez sea su punto más alto: retrato múltiple de una ciudad (Roma) y un escritor (Jep Gambardella). A los 25 años Gambardella hizo “la gran novela”, un éxito a todo nivel que nunca pudo repetir ni continuar. Ahora es un periodista cultural de renombre, un seductor, una presencia importante en las fiestas (con el máximo poder, “el de arruinarlas”), un flaneur de esta Roma actual. Es decir, de la Roma de La grande bellezza.

La grande bellezza es una película ligada a La dolce vita, y hay que juntar sus sustantivos para ver su dimensión, su alcance, sus reverberaciones: formato scope, Roma, su belleza eterna, el ennui, la religión, la decadencia, un autor excesivo detrás, películas sobre un periodista en el centro del movimiento mundano romano. A diferencia del blanco y negro de La dolce vita en la película de Sorrentino hay explosión de colores, y hay una desesperación vital, un anhelo por captar la belleza, la gran belleza, lo que pueda extraerse de esta vida en el siglo XXI, ya no dulce y ya no con los años sesenta por abrirse sino con los sesenta y cinco años del protagonista y con una Italia, una Europa, un mundo totalmente distintos, más desencantados. Y eso que La dolce vita no era precisamente una película optimista. Y Sorrentino se animó a mentar a Federico Fellini, nada menos. Su cine es siempre nada menos, nunca menos.

3-Y terminamos con finales, con los de tres películas de Nanni Moretti: La messa è finita, Palombella rossa y siempre siempre siempre Aprile. Aprile y la moto, el casco y la capa al viento. Y la cinta métrica y la decisión de tirar lo irrelevante por el aire. Y con un principio, una nueva promesa de movimiento: el musical que el director convertido en padre se anima finalmente a rodar.