En las redes sociales, como suele suceder, prolifera la queja canchera de la queja canchera de la queja canchera. Una de esas quejas cancheras exponenciales fue, esta semana, la de quienes señalaron a todos los que hacíamos notar que ya conocíamos al cine surcoreano y al cine de Bong Joon-Ho desde hacía décadas. Básicamente, casi todo el ambiente de la crítica, la programación y la distribución de cine, cualquiera que haya frecuentado festivales de cine en las últimas dos décadas había tenido contacto con el cine de Corea del Sur y de Bong (para peor, en el siglo XX, después de la Guerra de Corea hubo otras décadas de gran actividad y calidad en el cine surcoreano).

Bong había venido dos veces a Argentina: una para el Bafici 2001 y otra para Mar del Plata 2013. En Bafici 2001, además, había competido con su primera película, y el catálogo del festival presentaba y destacaba mucho cine coreano bajo el título de “El boom coreano”. 2001. Así que, claro, esta “novedad” del cine coreano es un poco vieja, y ni siquiera era algo oculto o snob. La buena noticia: al fin llega, al fin más público se interesará por algo fuera de los tanques, fuera de los superhéroes y la animación. ¿La mala noticia? Creo que el fenómeno es mayor que la calidad de la película que se ha convertido en epicentro.

Los temas y sus tratamientos en Parasite tienden a la obviedad más frontal: las clases sociales, la propiedad, la habilidad del engaño versus la habilidad de la tilinguería, la estupidez y la crueldad repartidas por todos lados. Me gusta más Los dueños de Ezequiel Radusky y Agustín Toscano, con algunos puntos en común en términos temáticos, mucho más sutil y mucho menos farolera. Ah, ahora todos elogian a Los dueños, dirán los catadores de diferentes cosas en las redes sociales. Acá va mi nota de 2013 sobre Los dueños: (link aquí) Y sí, se puede leer “clases sociales” y sí, podemos incluso recordar a los morlocks y los elois de H.G. Wells en La máquina del tiempo.

Sobre el cine coreano y sobre su fenómeno de público hemos escrito varias notas (En El Amante, en diversos diarios) varios de quienes nos conocemos desde hace más de dos décadas del mundo de la crítica de cine. Acá tienen una: (link aquí) Y hay hasta sobre una de las varias estrellas de ese cine: (link aquí) Y pueden googlear más, y también poner “Diego Brodersen + cine coreano” en google y verán cuánto más se ha escrito sobre el asunto desde hace muchos años.

Parasite llega cuando creo que el cine de Bong pegó algunos de los peores giros que podía tomar: el de la obviedad, el del diseño de producción y la fotografía relucientes para disimular una estructura endeble, el de reforzar el grotesco y el énfasis a niveles dignos del costumbrismo pirotécnico más craso (el inodoro, por favor Bong), el de convertir a los personajes en depositarios extremos de la ruindad para así hacer una “crítica social”. El gran premio de Cannes se lo dio un jurado presidido por González Iñárritu. Signos.

Hay más del signo de o los signos del tiempo o de los tiempos. Y es esa fascinación por “el evento del momento”, por “el fenómeno”, por no resistirse a no ser parte y por decir algo ya mismo, sobre todo porque en tres meses (o dos) ya nadie recordará a Parasite, salvo cuando vuelva, zombie, como serie o similar. Y otro signo, parte insegura, es esa militancia intensa -¿culposa?- que debe concentrarse en lo primero que se destaca global y masivamente como fenómeno de una cultura cinematográfica “exótica” y así demostrar y demostrarse amplitud de miras e intereses: “a mí también me gusta el cine coreano; Parasite es lo más; es más, todo el cine asiático está buenísimo, vi Parasite y una de un japonés también”.

Lo curioso es que no se trata tanto de valorar a un director o a una cinematografía, al arte de esos directores. Porque incluso eso ya estuvo disponible, en idioma original, también en inglés, con estrellas, con formas muy atractivas. Y nadie hizo mucho caso, no, ni a los directores que probaron en inglés ni a Hong Sang-soo con Isabelle Huppert: tenían que llegar los premios, el Oscar, el exotismo, el gancho del “cine choronga”. En El Amante habíamos “desarrollado el concepto” a partir de Las invasiones bárbaras, para denostar esas películas que tienen el mensaje ideológico en primer plano, con un nivel de obviedad altísimo, pero que de alguna manera lo maquillan con algunos adornos para que los que se acercan a “sus ideas” se sientan especialmente sensibles y que "están interpretando algo”, que "la película los hace pensar" o, éxtasis, “los deja pensando”. De esas películas que brindan el placer de “la profundidad” al espectador pero que en realidad tienen todo puesto de frente, con algún barniz prolijo para vender "arte".

En 2013, y en casi cualquier año anterior del siglo XXI, hubo mejores películas disponibles y visibles para que los directores coreanos pudieran -al fin- tener mayor atención global. Va otra nota propia, que hasta me causó gracia por lo optimista y esperanzada (pero bueno, sobraban los motivos en ese entonces): (link aquí) En esa nota de hace siete años yo decía, como última oración, lo siguiente: “Los cineastas coreanos son una forma brillante del presente y del futuro cercano del cine.” Hoy tengo muchas más dudas sobre el asunto, porque los modos de recompensa de la actualidad del cine están erosionando tanto la idea de futuro así como también la idea de director.