Años atrás me generaba un mayor entusiasmo la idea de hacer listas de “las mejores películas” del año, o de la década, o del siglo, o incluso de “las mejores golosinas” o de “los mejores picantes disponibles en la ciudad”, y de más y más cosas. Con el tiempo, las listas empezaron a interesarme menos. Tal vez por el temor a olvidarme de algo, o a confundir el año de estreno de una película porque la vi muchos meses antes, o a dudar de incluir algún título porque la versión que vi de algunas películas no fue exactamente la versión final estrenada, o porque después me arrepiento por cambiar mi forma de pensar sobre muchas películas, o porque quizás simplemente me gusta más hablar y escribir y argumentar sobre películas que hacer listas. Lo que sí me causa bastante gracia es chequear los resultados generales y observar que mis favoritas no aparecen casi nunca entre los primeros puestos. 

Es cierto que las listas pueden servir para discutir, como por ejemplo cuando uno ve que para mucha gente Atlantics de Mati Diop es la mejor ópera prima del año; o que Vitalina Varela de Pedro Costa es la mejor película… se ve que tiene mucho impacto citar más o menos difusamente a Jacques Tourneur. Pero, claro, quizás sea mi falta de sensibilidad hacia cierto tipo de cine. De todos modos, hay algo que me resulta muy curioso: en las listas que observo de mejores películas restringidas a las estrenadas comercialmente en algún país en particular hay más variedad que en las listas que también incluyen películas exhibidas en festivales y no necesariamente estrenadas comercialmente fuera de sus países de origen (y a veces ni eso durante el año en curso). Es decir, las listas de muchos de quienes formamos parte de los afortunados que viajamos a diversos festivales tienden a un consenso bastante sorprendente. Y eso que sumando tres o cuatro festivales de los de tamaño mediano para arriba puede llegar a haber unos mil títulos diferentes en el menú. ¿La tribu nómade del mundo de los festivales es más bien poco movediza y poco curiosa a la hora de elegir qué ver? ¿Sus miembros tribales, caciques y aspirantes a caciques se quedan con lo que está en la vidriera de las principales competencias? Quizás quienes tengan que escribir “coberturas” de estos eventos en formato periodístico estén más o menos obligados a ver las competencias y poco más. ¿Y quiénes van a los festivales para encontrar películas para sus propios festivales o meramente como “representantes diplomáticos”? Vaya uno a saber. Yo suelo ponerme a hablar de películas y a decir qué cosas detesté y cuáles me gustaron por todos lados, a veces sin que me lo pregunten; pero hay gente que se guarda sus gustos por miedo a que “le soplen” la película, o porque considera más elegante ocultar sus opiniones, o porque no tiene opiniones. Otros no quieren discutir porque están demasiado seguros de lo que piensan -o de lo que adoran- incluso antes de ver algunas películas (los casos de Jean-Luc Godard y de Pedro Costa son paradigmáticos). Una de las consecuencias de todo esto es que se habla poco o nada de películas con mucha gente que anda por ahí, aunque afortunadamente todavía hay algunos -en cantidad decreciente- que tienen ganas de sostener a los festivales como un lugar de apasionamiento e intercambio de ideas. De todos modos, es ciertamente curioso que haya tanta tendencia a la unanimidad en lo valorado de la programación de los festivales de cine, como si hubiera un circuito de legitimación, de sellos, de búsqueda de coincidencia con “los influencers” que pesa y mucho, tanto para la valoración como para la programación: a veces me da la sensación de que el menú de muchos festivales de cine es mayormente un compilado de otros, y específicamente de lo más “consensuado” de esos otros. No digo que esté mal que las películas valiosas circulen por festivales y por otros lugares (y ojalá se estrenaran y con mucho éxito), lo que digo es que creo que hay que discutir más qué es “lo valioso”, y que siento que hay más cine a resaltar que anda por zonas menos transitadas, zonas menos colonizadas por el “circuito de legitimación” y esta tendencia a la unanimidad un tanto soporífera. Quizás, incluso, por otros caminos todavía haya -un tanto ocultas- comedias y policiales, por ejemplificar con dos géneros que estamos extrañando mucho, casi tanto como el disenso y una mayor singularidad y actitud desafiante en las miradas.

Y aquí van las que elegí como las diez mejores películas del año estrenadas comercialmente en Argentina:

1-LA MULA, DE CLINT EASTWOOD (ESTADOS UNIDOS, 2018)

2-EL IRLANDÉS, DE MARTIN SCORSESE (ESTADOS UNIDOS, 2019)

3-GUASÓN, DE TODD PHILLIPS (ESTADOS UNIDOS-CANADÁ, 2019)

4-EN LOS 90, DE JONAH HILL (ESTADOS UNIDOS, 2018)

5-VOX LUX, DE BRADY CORBET (ESTADOS UNIDOS, 2018)

6-DOGMAN, DE MATTEO GARRONE (ITALIA-FRANCIA, 2018)

7-HABÍA UNA VEZ EN HOLLYWOOD, DE QUENTIN TARANTINO (ESTADOS UNIDOS-REINO UNIDO-CHINA, 2019)

8-VARDA POR AGNÈS, DE AGNÈS VARDA (FRANCIA/2019)

9-SANTIAGO, ITALIA, DE NANNI MORETTI (ITALIA-FRANCIA-CHILE/2018)

100-DORA Y LA CIUDAD PERDIDA, DE JAMES BOBIN (ESTADOS UNIDOS-MÉXICO-AUSTRALIA, 2019)

Y claro, al pegar la lista acá y revisarla me di cuenta al instante de que me olvidé de una en especial que quería incluir. Sobre lo visto en festivales no diré nada, porque algunas de las que más me gustaron quizás vengan al Bafici y no puedo adelantar nada hasta marzo. Por último: feliz año bisiesto y gracias por leer. Y una aclaración, algo después de lo último: la mejor película de la categoría “ficción que se volvió documental” sigue siendo Idiocracy de Mike Judge. No es de este año, es de todos los que vinieron desde que se estrenó de forma prácticamente secreta, una verdadera película invisibilizada y que debe ser de las pocas, poquísimas, a las que les queda bien esa calificación repelente de “necesaria”.