Metido en el mundo de los festivales de Rotterdam y Berlín, no presté la habitual atención a los estrenos de la cartelera. Y llegué y me hablaron de algo llamado Battle Angel. El título completo aquí es Battle Angel: la última guerrera, con una de esas aclaraciones que nadie solicitó. Y uno se pone a pensar en que, bueno, pase lo que pase ella, la guerrera del título, quedará en pie al final, ya que es la última. Y uno se pone a pensar en qué costumbre tan rara esa de poner unas palabras de un título en inglés y otras en castellano. ¿O será que se lo presenta como una traducción? No, no lo es. Fui a ver la película, y yo la llamo Alita. En parte porque el título es Alita: Battle Angel. De las tres palabras del original volaron la única que se puede leer directamente con la fonética castellana. Volaron Alita. Quizás sea alguna clase de chiste.

Se lee en muchos lados que esta película la iba a dirigir James Cameron, que era un proyecto de muchos años... pero se lee menos que Cameron es uno de los guionistas, lo que es realmente importante. Cameron el reclusivo, el obsesivo, el que piensa en narrativas enormes. La película la dirigió Robert Rodriguez, alguien que se hizo famoso por su primera película, El mariachi, hecha con muy poco dinero y con mucho menos eficacia narrativa que la que tendría -casi siempre- después. Rodriguez supo dotar de inteligibilidad incluso a las Mini espías, una serie de películas muy riesgosas en su diseño de aventuras infantiles pero no tanto, en este mundo pero no tanto, o en otros mundos pero no tanto, y realmente desatadas en términos de colores y decorados. Un espíritu clase B convencido, hecho con un gran cariño no solamente por el movimiento llevado al paroxismo -pero jamás confuso- sino por una idea del cine como pasaje al territorio del asombro.

Rodriguez, el que se hizo famoso por hacer una película con la escasez como contexto y como impulso, ahora tiene una enorme cantidad de recursos a su disposición y un guión en el que figura James Cameron. Y lo que hace es, afortunadamente, entender -una vez más- que lo mejor que le puede pasar a una pelea espectacular en el cine es que lo espectacular no le quite la claridad. Lo básico: que no sólo veamos un golpe sino su dirección, quién le pega a quién. Rodriguez, por gustos, colorido y filiaciones, puede hacer un cine bochinchero -y feliz, la mayoría de las veces- pero jamás uno ruidoso o confuso. Rodriguez, además, entiende que para hacer un cine con una protagonista femenina que le pega fuerte a todo lo que se le antepone con agresividad no necesita detenerse a declarar que estos tiempos son estos tiempos. Y directamente opta por la exageración y Alita debe combatir varias veces contra un racimo de elementos fálicos, pero lo bueno es que uno no necesita ni darse cuenta de eso para que las peleas tengan otros sentidos. Lo bueno del cine de Rodriguez solía ser parte de lo bueno de tanto cine que nos ha gustado a lo largo de los años: sentir que nos hemos estremecido ante una película que sabe presentar sus armas con nobleza, y que no intenta ser la última, ni la película total con todos los mega súper héroes juntos. Luego de varios trailers que vi de las próximas entregas colosales del mundo de los superhéroes -que muchos confunden con el mundo del cine todo- sentí que esta aventura millonaria con guión de James Cameron era algo así como un objeto indefenso, casi rebelde, anómalo, una de esas películas en las que uno puede sentir que unos señores llamados Cameron y Rodriguez tuvieron ganas de contar, imaginar, compartir una historia.