Esta es la columna 371 que escribo para Hipercrítico, un número que es algo así como una barbaridad. Si consideramos un promedio de 4.000 caracteres por columna -y es una cifra que está muy por debajo de la realidad- da cerca de un millón y medio de caracteres. Eso, puesto en papel, sería una montaña tremenda. Menos mal que existe la Internet, también para que puedan chequear velozmente que 371 no es un número primo, porque es 7 x 53 (es bastante claro: 7 x 50 + 7 x 3). Los años tienen 52 semanas y un día, o 52 semanas y dos días (los años bisiestos).

Si hubiera escrito una columna por semana, sería muy sencillo saber que llevo un poco más de siete años escribiendo en Hipercrítico. Pero no siempre escribí una columna por semana; de hecho, ahora escribo cada dos semanas, como al principio. De todos modos, la manera más sencilla de saber en qué año fue mi primera columna aquí es otra: me fijo y listo. Fue en el año 2008, a fines de 2008. Entonces, faltan unos meses para cumplir 10 años desde mi debut en este sitio. Podría esperar a esos 10 años, o a llegar a 400 columnas, o a un número primo como el 373… pero me dieron ganas de hacer una pequeña recopilación sobre algo de lo que pensé y lo que pienso sobre cine, tanto en Hipercrítico como en textos anteriores (este año se cumpirán 20 años desde mi primera nota escrita para El Amante). Y entonces, ¿para qué andar con represiones de números redondos o fechas precisas? Allí voy, a ver si puedo rescatar algo así como un proyecto de mapa diseñado con fragmentos que escribí, hace mucho o hace menos, para explorar mi relación con el cine en estos años y, en todo caso, ver qué cosas puedo sostener hoy y en qué medida.

Alguna vez escribí que “La mayor parte de las películas que vemos no son obras maestras. Podríamos vivir sin ellas (y de hecho también sin las obras maestras), pero ¿por qué privarnos de ciertos placeres que algunos reprimidos llaman “culpables”?” Pienso, hoy, ¿qué sería un placer culpable? ¿fue Scorsese el culpable de popularizar ese término en el cine? ¿A Night at the Roxbury encajaría ahí? ¿Y cuál sería la culpa? Extraño la posibilidad de que puedan aparecer con mayor frecuencia películas como esa.

En la crítica que escribí sobre Mumford de Lawrence Kasdan puse que “la falta de énfasis en un conflicto estructurante hace que el largo inicio del film mantenga la imprevisibilidad acerca de su posible línea principal. Este fenomenal logro de estirar -o detener- lo que podría llamarse la introducción de la película hasta casi el cierre, donde se resuelve el conflicto apenas termina de plantearse, es uno de los tantos placeres que ofrece Kasdan. Mumford fascina porque no tensiona: es una suerte de repetición –con delicadas, hermosas variaciones– de los primeros cinco minutos, que suelen ser los más placenteros de una buena película.” Y tiempo después, sobre En sus zapatos de Curtis Hanson: “¿Cómo hace Hanson para que los elementos de conflicto no asuman el frente del relato? Los disuelve en el tiempo cinematográfico.” No estoy en contra del cine con conflictos fuertes, aunque sí de la entronización del nudo narrativo, de casi todo aquello que suele derivar en la aparición de potenciales “spoilers”, esa obsesión insufrible que apareció después de eso que escribí, con la moda de las series y la veneración del argumento. Acá seguimos recordando a V.F. Perkins: el qué sigue siendo el cómo.

Uno de los textos de El Amante más encendidos -y eso es decir, en una revista que supo ser flamígera en muchos pasajes y momentos- que encuentro es el de Mujer fatal: “Brian De Palma es un zarpado, un chiflado, un amante. Un enamorado del cine que le ha jurado fidelidad eterna a la pureza del cuento en imágenes y sonidos. El voto se renueva en Mujer fatal, un acto de fe en la narración como diversión, también entra la tercera acepción de ‘diversión’, una acepción militar: acción de distraer o desviar la atención o fuerzas del enemigo. El enemigo es el cine con un propósito.” Y otro de los textos más convencidos es sobre Apocalypto, de Mel Gibson: “Se sabe: el músculo pesa más que la grasa. A igual volumen, una persona musculosa es más pesada que una persona grasosa. Pero, a pesar del mayor peso, el desarrollo de los músculos permite moverse a mayor velocidad. Apocalypto, de Mel Gibson, es una película terrible, absolutamente muscular, y se mueve endiabladamente rápido.” Y sigo queriendo más películas de estos dos señores especialmente vitales para el cine, para impedir cualquier riesgo de letargo.