Brawl in Cell Block 99 es una de las mejores películas del año, o de varios años, qué tanto: no vamos a andar escatimando el alcance temporal de los elogios ante una película así de imponente. Por supuesto, salvo algún milagro, no se estrenará en los cines argentinos. En Estados Unidos se lanzó en algunas salas el 6 de octubre, y una semana después ya estaba disponible para comprarse en digital y verse en Video on Demand. Es decir, su estreno en cines ni dio tiempo a que se generara una polémica, un culto o algo que se sintiera como relevante, como parte de una discusión o puesta en común por parte del público; de todos modos, más allá de su disponibilidad en ITunes, no iba a ocurrir nada de lo anterior por más que tardara en estar disponible legalmente en Internet: el público ya no se relaciona con el cine como antes. Y esta es una película que se siente, que pega, que emociona, que -vista en cine- hasta puede conmovernos intensamente. De todos modos, no descarto que incluso vista de forma hogareña pueda generar emociones similares. Es una de esas películas que podrían haberle gustado a Pauline Kael, porque Brawl quiere que involucremos muchos sentidos, porque se experimenta como película erótica sin ser de ese género: es una película que nos atrae y repele físicamente, que nos interpela con fuerza.
Su estreno fue en el festival de Venecia pero, como pasó con Zama de Lucrecia Martel, se presentó fuera de competencia. Luego se pasó en Toronto, en la sección Midnight Madness. En la edición número 50 de Sitges estuvo en competencia pero, claro, Sitges es un festival de cine fantástico y terror (hay que decir que no encaja en esos géneros, pero Sitges abarca más que lo que dice su presentación breve). Allí la vi, y lloré y me reí y festejé con asombro -con un público entusiasta, que acostumbra a aplaudir en momentos clave de las películas-, agradecido y entregado ante una película de un director en el que se puede creer: S. Craig Zahler. Ya se podía creer a partir de su primera película, Bone Tomahawk, un western con caníbales protagonizado por Kurt Russell, nada menos. ¿Pero quiénes somos los que creemos? Pocos, sinceramente. El western es desde hace décadas un consumo de minorías cinéfilas. Ok, ya lo sabíamos, y también que los milagros de reconocimiento y éxito como el de Danza con lobos y Los imperdonables son excepciones y no reglas. El único triunfo de Bone Tomahawk en un festival no especializado en algún género (fantástico, terror, western) fue en el Bafici 2016, en donde recibió el premio al mejor largometraje de la competencia de Vanguardia y género. Por supuesto, la película no se estrenó en las salas locales, y en casi ningún país del mundo. Estuvo también en Sitges, en donde había ganado el premio de la crítica y además el premio a mejor director en la competencia oficial.
Por su parte, Brawl in Cell Block 99 no ganó nada en Sitges, y en el premio del público de Midnight Madness en Toronto quedó tercera. Siento que los caminos de una película extraordinaria como esta son injustos, y me preocupan. Y no tanto por los premios -o, mejor dicho, la ausencia de premios- sino porque su destino tiene que ver con uno de los signos de los tiempos más lamentables. Como bien dice la crítica de Variety, “debe ser una de las grandes ironías del entretenimiento de nuestros tiempos que Brawl in Cell Block 99 sea algo así como ‘un film de arte’”. Pero así es, su destino empieza a jugarse no en el fragor de las salas comerciales que la esperan con ansias sino en festivales como Venecia, en donde la gente aplaudió a rabiar, según cuentan. Sin embargo, eso no hace que se estrene en decenas de países, o que obtenga un lanzamiento más amplio en Estados Unidos. Tampoco lo han logrado las muchas críticas a favor. Por mi parte, leo varios de esos textos y encuentro algunas constantes que me desaniman. Se habla mucho de la tremenda actuación de Vince Vaughn, como si fuera un descubrimiento actoral o una primera vez o algo así: bastaba ver Hacksaw Ridge de Mel Gibson para saber que Vaughn es un actor cabal, potente, carismático. Por otro lado, ¿nadie había visto The Break-Up, una de las amarguras románticas más atesorables en mucho tiempo, con Vaughn en un registro muy distinto al de la acción o la comedia salvaje y con una prestancia notable? Probablemente mucha gente que decide el futuro de las películas mediante lo que se escribe, lo que se premia y lo que se estrena no la haya visto, tampoco Hacksaw Ridge. Así las cosas, se elogia a Dunkerque como la gran película bélica reciente, sin ver -y un poco despreciando- la asombrosa quinta película de Gibson como director. Gibson, por otra parte, será el actor de la tercera película de Zahler. Russell/Vaughn/Gibson como protagonistas de sus tres primeras películas, este señor Zahler sabe muy bien lo que hace, y lo hace con una fluidez y una capacidad para la acción seca y cortante extraordinarias, como si narrara a principios de los setenta, con gente como Don Siegel ahí cerca, como si su cine áspero y reverberante tuviera un público potencial más grande, como si esta fuera una vía segura al éxito. Y lo hace además con la convicción del que sabe cómo lograr un cine visceral, con un personaje inolvidable, conmovedor, un cine que debería ser conocido por mucho público y no por una minoría de los que vamos a festivales y estamos especialmente informados. ¿De qué trata la película? pues bien, pueden leerlo en otras críticas, esas que se dedican a medir cuánta violencia hay en más de dos horas que pasan muy rápido, y a sopesar si los primeros cuarenta y cinco minutos son más lentos que los minutos que vienen después. ¿Violenta? Brawl lo es en extremo, pero las críticas no deberían ser una asesoría de la calificación por edad. ¿Los primeros minutos? No lo noté en absoluto: esta es una película de una consistencia y coherencia que se ven pocas veces, y que desde el principio evidencia que estamos ante un director insoslayable. Es muy difícil encontrar películas así de seguras, de lacerantes, de divertidas, de emocionantes, de sabias en sus manejos estilísticos, y que hayan aprendido e internalizado así el cine de los 70. Brawl in Cell Block 99 es un ejemplo sobresaliente de un cine hoy minoritario, como casi todo el que no se apuntala sobre una marca global previamente conocida. Necesitamos más directores como S. Craig Zahler, y que obtengan más visibilidad, más premios, más salas de estreno, más lugares destacados y competitivos los grandes festivales. El cine juega su presente y su futuro en una película apasionada como Brawl in Cell Block 99: en su tendencia a pasar por debajo de los radares, a estar en lugares no del todo protagónicos en los festivales, a no estrenarse en salas en casi ningún país, podemos observar una de las tantas expresiones de la crisis del cine y de sus públicos.