EN PRIMERA PLANA - SPOTLIGHT

Por Javier Porta Fouz. Spotlight es un poco un anacronismo, una de esas películas que se permiten no tener nada rutilante, ni original, ningún ángulo farolero (insisten con el Oso y Di Caprio, por ejemplo), que se permiten aceptar que carecen de maestría excelsa en su dirección (la de George Miller en Mad Max, por ejemplo). Apenas su tema, la investigación sobre pedofilia por parte de una división de un diario (la Spotlight de título original), tiene algo de rápido reconocimiento, de veloz identificación para ese momento de la decisión acerca de qué ver en el cine. Se la ha acusado de convencional, de telefílmica, del pecado de poca ambición, de apostar a lo seguro.

 

Está claro, Spotlight no es extraordinaria. Es otra clase de película: es gris, es monocromática, sin embargo -o tal vez gracias a esas características- es un tipo de propuesta que se reafirma en su fluidez narrativa, en su capacidad para contar una historia difícil mediante una sólida base de pocos núcleos dramáticos narrativos pero con proliferación de situaciones argumentativas. En Spotlight asistimos a discusiones, a pedidos de información, a decisiones sobre la jerarquización y el valor de las noticias, a puestas en duda sobre lo actuado, hoy, ayer y años atrás. Esas discusiones no siempre tienen el mismo resultado aunque se originen en el mismo pedido -generalmente, rangos diversos de lo que podríamos simplificar como búsqueda de la verdad y búsqueda del ocultamiento de la verdad-. Las situaciones argumentativas se suceden y algunas de ellas funcionan como si horadaran una piedra. Y se ubican en ese material resbaladizo para el cine: los movimientos de una sociedad hacia nuevas definiciones de periodismo, de comunidad, de instituciones y sus fuerzas relativas. La insistencia pueder dar sus frutos, de a poco, a veces sin la urgencia que se reclama, o reclamamos, o que se le pide a un film de formato clásico. Spotlight, en uno de sus mejores logros, conquista y conecta mediante fluidez narrativa la insistencia en charlas y el avance del relato.

Para esto, la película dispone una serie de intenciones e intensidades diversas en su motor central: los actores. Mark Ruffalo exhibe una de sus actuaciones más intensas, más llenas de tics, es decir, una de sus actuaciones menos solventes. Como pocas veces, notamos que Ruffalo se pasa del lado de los que nos hacen saber que actuan, de los que quieren anoticiar a los que deciden los premios. A la vez, esta característica se conecta con su personaje: es el que más chances tiene de poner las cosas en funcionamiento por su insistencia, por su pasión, por su molestia. Michael Keaton se desenvuelve de otra manera, de gran atractivo: aprovecha su propia historia como actor, pero no solo en términos de conocimiento acumulado sino sobre todo con los ecos de otro de sus personajes: el Henry Hackett de The Paper (El diario). Keaton hace vibrar la película, electrifica su oficina, su supervisión está enriquecida por ser el especialista en redacciones más allá de este personaje en particular, y no necesita esforzarse en sus gestos. Rachel McAdams es una estrella clásica fuera del tiempo clásico (sentimos que le falta el vestido largo y el cigarrillo con boquilla), y que por vivir en el cine de hoy se olvida de su innegable glamour y nos convence de que es la chica que trabaja en la oficina del subsuelo del diario.

Stanley Tucci es una de las grandes reservas de prestancia actoral de Hollywood, un actor que sabe pausar, quitarse los anteojos, ponerse un sobretodo y mirar por encima de un papel que lo tiene tremendamente ocupado y acometer todos esos gestos mínimos con sentidos tan sutiles como claros y esenciales. Pero el mejor de todos en esta película es Liev Schreiber. Schreiber, aunque ha tenido en su carrera actuaciones “actuantes”, aquí encaja con el tono, con el clima, con las nubes de esta película. Detrás de su ropa con poco color, detrás de su barba, de sus anteojos, del cansancio de su mirada, descuella con la capacidad argumentativa de su personaje en circunstancias poco favorables, y así se convierte en el punto sobre el que pivotean los demás personajes. Sus palabras, contenidas, se profieren sin gritar pero firmes, y son escasas pero definitivas. Son las maneras, modestas pero constantes y convencidas, de lo que más pesa en la película: un tipo de cine pensado y ejecutado como artesanía limitada pero constituido de materiales de cierta nobleza.