En el año del estreno de Megalópolis -es decir, este año, año par sin mundial de fútbol- su director, Francis Ford Coppola, estaba a cincuenta años, medio siglo, cinco décadas, diez lustros, del estreno de El padrino II y La conversación. No vi todavía Megalópolis, pero la idea de estar a cincuenta años de un momento en el que un cineasta estrenó semejante dúo de películas es impactante, o me resultó impactante. Es impactante en términos de “no puede existir alguien que haya presentado esas dos tremendas películas en un mismo año” y también es impactante en otros términos, al pensar en 1974, año par con mundial de fútbol, ganado por un país que no existe más. Y al pensar que quizás hoy en día haya que explicar más que antes qué significa lustro, tanto en su sentido de período de tiempo como en el de la primera persona del singular del presente del verbo lustrar.  

Cincuenta años, medio siglo. El padrino II -Oscar a la mejor película- era una película “de época”, que transcurría en el pasado, incluso en un doble pasado, separados por el protagonismo de Al Pacino y de Robert De Niro y por otras cuestiones. La conversación (Palma de Oro en Cannes), en cambio, era una película de sus tiempos, de su tiempo, de su momento. Incluso era una película que basaba parte de su relato alrededor de ciertas -inciertas, dudosas, sospechosas- novedades tecnológicas del mundo de la vigilancia, el espionaje, la obsesión por escuchar y la obsesión -tal vez lógica en términos profesionales y más allá- del protagonista por no pasar desapercibido. El protagonista, Harry Caul (Gene Hackman, que hoy tiene noventa y cuatro años). Un Harry, como el de ¿Quién mató a Harry? (The Trouble with Harry, 1955) de Alfred Hitchcock. Y como otro Harry, el Harry Balestrero de la película Harry, un amigo que te quiere bien (Harry, un ami qui vous veut du bien), la película de Dominik Moll del año 2000 que se refería, mediante el apellido del personaje, a otra película de Hitchcock, El hombre equivocado (The Wrong Man, 1956), cuyo protagonista era Manny Balestrero, interpretado por Henry Fonda en la película y por el propio Manny Balestrero (Christopher Emanuel Balestrero) en la vida real. Distintos Balestrero, distintos Harry. Harry Caul y otros Harry. Uno, dos, varios Harry. Los secretos de Harry se llamó acá Deconstructing Harry, de Woody Allen del año del Señor 1997. Deconstrucciones y construcciones, espejos, fractales, tradiciones, ecos, reverberaciones de la historia del cine, de una forma de leerla y de reenviar aquí y allá y en todas -o en muchas- partes. Por otro lado, recordemos que en algunos países, en un alarde de inventiva, The Wrong Man se conoció como Falso culpable. ¿Es Harry Caul, el protagonista de La conversación, alguien culpable? Seguro que siente culpa, eso es parte explícita de la película. Y que es alguien con sentido o sentimiento religioso. En una escena de las más deslumbrantes en términos de puesta en escena visual de una película de tema especialmente sonoro, Harry es escuchado por otro -un sacerdote- que no se ve, o se ve mediado por la rejilla del confesionario. En esta ocasión, Harry Caul es escuchado porque él desea ser escuchado. No es lo mismo comunicar voluntariamente que que -el castellano y la posibilidad de repetir que de manera enfermiza y no errónea- a uno le saquen, le extraigan palabras, imágenes o acciones de un contexto y sean llevadas a otro. La circulación de información. La proliferación de información. La disponibilidad de datos. La escucha constante. ¿Qué haría Harry Caul, celoso de su intimidad y privacidad, hoy en día? En estos primeros días de diciembre llegan los resúmenes del año (“wrapped” creo que los llaman, y creo que llaman año 2024 a algo que hacen terminar en noviembre) de diferentes aplicaciones (“apps”) que uno utiliza, gracias al cielo por unas cuantas de ellas. Ahora bien, ponele que me interesa un poco, o poco, o casi nada, saber qué canción escuché más en febrero. Ahora bien, qué corno me puede importar saber cuántos Uber tomé en el año. Es más, me pongo en modo Harry Caul, y por qué cuernos me pondría a “compartir con amigos” mi consumo de Uber. Vigilados, analizados, auscultados… sabemos que no hay remedio y que es el precio a pagar por unas cuantas mejoras en la vida diaria. Ahora bien, contentos con eso y compartiendo los kilómetros que anduve en Uber (kilómetros que anduber), ya es otra cosa. Habrá que prenderle velas a Harry, a Harry Caul y a su vestuario. Y pensaba en estos cincuenta años y en cómo unas cuantas cosas de esta película cabalmente magistral podrían haber quedado como antiguas, o más bien difíciles de traducir a estos tiempos y sí, la tecnología que se mostraba como de punta en ese momento hoy es irreconocible para mucha gente. También, claro, está la idea cada vez más lejana y diluida de la privacidad como algo a tratar de preservar. Y, además, la instancia de la confesión católica como momento narrativamente significativo de un relato. ¿Habrá que poner, en unos pocos años más, alguna placa explicativa sobre este sacramento? O quizás a alguien se le ocurra confesar algo, o pedir algún tipo de perdón sobre la representación del catolicismo en el cine con alguno de esos infames -y ofensivos para la inteligencia- textos (“disclaimers”), que por ejemplo pone Disney antes de Peter Pan o de Fantasía y que piden perdón por los estereotipos. O por los tipos en estéreo, diría Harry Caul.