Hace mucho tiempo, en uno de mis trabajos más bien callejeros antes de que existiera Internet, yo vendía casetes. Algunos clientes me pedían compilaciones de “americanos”, “temas americanos”, “bailables americanos”. Era un ritmo en particular y había unas canciones que eran las estrellas del segmento. El término se perdió en la noche de los tiempos, aunque si buscan en Internet verán que todavía hay gente que lo usa y lo busca. Pensaba en ese término casi extinto y pensé en otro que seguramente se termine perdiendo por culpa de las películas de Ruben Östlund y su uso indebido: corrosivo. 

Östlund, el director de -entre otras- Force Majeure, The Square y Triángulo de la tristeza (Triangle of Sadness) es en estos tiempos algo así como el puntero de la tabla de ganadores de la Palma de Oro de Cannes (al respecto pueden leer por acá). Triángulo de la tristeza ganó el máximo premio del mundo de los festivales en 2022, y el jurado estaba conformado por Vincent Lindon, actor francés, presidente; Asghar Farhadi, director, guionista y productor iraní; Rebecca Hall, actriz, productora, directora y guionista inglesa; Ladj Ly, director, guionista, actor y productor francés; Jeff Nichols, director y guionista estadounidense; Deepika Padukone, actriz india; Noomi Rapace, actriz sueca; Joachim Trier, director y guionista noruego y Jasmine Trinca, actriz y directora italiana. Ese noneto fue el que premió Triángulo de la tristeza, una película que seguramente ya vieron, o que todavía no vieron, o que no piensan ver (y así me cubro, a la Östlund, de no decir nada realmente comprometedor). Triángulo de la tristeza es una película de “crítica social”, que tiene una remera de corrosividad bien ostentosa, farolera, una remera bien banana para una película bien banana. Banana o banal, Triángulo de la tristeza tiene la probable e inmediata efectividad del cine de los frontalmente misántropos. Durante un rato puede llegar a ser atractivo ver hasta dónde Östlund puede dedicarse a establecer que sus personajes son egoístas, caprichosos, banales, ridículos, ruines, chotos. Y hay conversaciones y situaciones orquestadas para que se presionen teclas de rápida referencia contextual (las disputas del género, el patriarcado, la Nutella). Pero todo es vano, machacón, rasante: Triángulo de la tristeza no avanza a partir de sus burlas y sus socarronerías que sueñan con ser corrosivas y se dedica a repetir sus gestos (eso sí, gestos profesionales, cargados de ritmo, cargados de atractivos del orden de la grosería en las ideas). La gran triunfadora de Cannes 2022 dispone sus reglas de relato que podrían resumirse más o menos así: insistencia en lo que dicen los personajes, explicitud en las obviedades y en las conexiones ideológicas de lo que dicen y hacen, uso insistente, patente, reiterativo y pretendidamente mordaz del origen de la riqueza y las vueltas del destino (la mierda, la granada, la seducción, etc), supuesta osadía para mostrar vómitos, pedos, eructos y diarreas y cobardía cinematográfica para animarse a desarrollar una escena de acción que requiera méritos superiores (por eso las elipsis justo cuando deberían venir las escenas de más despliegue) y pacatería para la puesta en escena de las escenas de sexo. Por supuesto, Östlund también le escapa a una cabal resolución y cierra su película cargada de mensajes con todavía mayor cobardía y bananería. Sí, qué banales son los ricos y qué egoísta es el ser humano y qué baratijas se pueden llegar a vender caras en Cannes. Gracias por su cine, Sr. Östlund, porque Triángulo de la tristeza puede dar ganas de ver otra vez cine realmente corrosivo como La gran comilona de Marco Ferreri, El fantasma de la libertad de Luis Buñuel, Tropic Thunder de Ben Stiller y Gritos y susurros de su compatriota Ingmar Bergman.