Le perdí el rastro a Jim Carrey. O le había perdido el rastro. Tampoco quiero saber exactamente qué hizo o no hizo en los últimos años. No sé si se retiró o no. Y no pienso averiguarlo. Sí, ya sé, pero no tengo ganas de ver esas Sonic, aunque quizás me equivoque. Ignorar ciertas cosas es una decisión, y en este caso quiero ignorar la información sobre Carrey para concentrarme en que recién ahora vi Jim & Andy: The Great Beyond, la película de Chris Smith de 2017 con Carrey como entrevistado + todo ese material del rodaje-backstage de Man on the Moon de Milos Forman de 1999, una de las últimas películas de Forman, un modelo de director como el que ya quedan pocos. Pero ese es otro asunto.
El asunto acá es Jim & Andy, de Chris Smith, del que en el Bafici se dieron American Movie y Home Movie. O eso creo recordar. Eso sí, recuerdo esos VHS de las películas de Chris Smith, un cineasta singular, pero ese es, también, otro asunto. El asunto acá es, son, Jim Carrey y Andy Kaufman. Y Jim & Andy es una película de esas que permanecen en una zona de riesgo, de esas películas con cómicos y sobre cómicos que suelen entrar en mayores abismos que Gritos y susurros de Ingmar Bergman. Jim & Andy es una verdadera película oscura, de las más endemoniadas, en parte porque Smith entiende que la charla es así de riesgosa y que el material que tiene por ahí para recuperar y usar es de una potencia extraordinaria. Y en gran parte porque un actor, un cómico como Carrey es siempre un peligro emocional. Carrey siempre supo del asunto de las máscaras, y no por nada uno de sus primeros grandes éxitos fue The Mask, otra película oscura, mala pero oscura, una de dientes amenazantes, de gestos de terror. Porque claro, Carrey puede hacer cualquier mueca, puede ajustarlas a la perfección o incluso hasta el límite de la aberración. La capacidad gestual de Carrey puede afectar en lo profundo, puede desatar temores y temblores que alguna gente no asocia con la comicidad pero que son habituales: los grandes cómicos ha sido por lo general de los seres más reconcentrados sobre sí mismos, abismales, riesgosos, al punto de insistir sobre ese núcleo y hacerse desaparecer. Y ese es el punto inicial de Jim & Andy: Jim Carrey decide -o eso queremos creer- mutar en Andy Kaufman, y también en el alter ego de Kaufman -que era en sí mismo muchos alter egos- Tony Clifton, que también podía ser alter ego de Bob Zmuda. Y en ese carrusel de máscaras vemos un momento nuclear de la película: el material del archivo de la fiesta en la mansión de Playboy, que plantea algo así como revelaciones identitarias del estilo de Misión: Imposible, con Carrey haciendo bromas sobre estar y no estar, sobre ser y no ser. Y ser y estar como estrella, estar como star, porque en el cierre de los noventa estaba en la cima, en el firmamento, en ese olimpo cómico al que él estaba convencido de pertenecer y que incluso había ayudado a delinear.
Carrey habla de su carrera y de sus películas y de sus personajes como si él fuera el autor, como si sus personajes expresaran sus visiones y sus pensamientos incluso más que los de los directores. (Y sí, hay cómicos que pueden ser autores de buena parte de su carrera, como por ejemplo Adam Sandler, pero ese es otro asunto.) Carrey se asume casi como un autor, como firmando películas incluso cuando habla de Peter Weir y de Milos Forman. Y pronuncia, de entrada, Milos como Miloš. Y, como punto de partida posible, notamos que Carrey pronuncia cada palabra, cada sílaba, cada sonido, como quiere, que las muecas gestuales aterradoramente perfectas las puede ampliar a muecas fonéticas. Que puede ser cualquier cosa, que puede hacer desaparecer a Jim Carrey. Que puede ir hacia un remolino, un tornado, un abismo actoral pocas veces visto y que pocas otras veces volveríamos a ver. El rodaje de Man on the Moon estuvo casi veinte años guardado quizás porque estas cosas son peligrosas más allá de “la imagen de Carrey como estrella”. De estos juegos de máscaras perfectas o incluso exageradamente perfectas solamente se puede salir con el humor, con la viscosidad del humor (líquido, secreción, flujo, excreción, serosidad, linfa, sudor, supuración, mucosidad, derrame). El humor como derrame, como inundación, como desastre, como límite: “here I come to save the day”, cantaba Super Ratón. Y de esa canción pomposa y ridícula hacía la mímica Andy Kaufman, y hacía la mímica también Jim Carrey convertido en Andy Kaufman. La mímica, la mueca, el gesto: no se puede salvar el día, no se puede salvar el tiempo, pero sí se puede emplear el tiempo en ver y escuchar a los cómicos visionarios hasta que se ocultan, o se vuelven místicos, o se retiran, o se mueren de cáncer y cuando dan la noticia tienen que aclarar infinidad de veces que no es un chiste y que no se puede salvar el día ni nada que no sea lo reído (y lo llorado).