(a la memoria de Luis María Serra) Lo que pasa es que yo tengo los ojos redonditos, chiquititos, como los chanchitos. Le dice Mario “El Rulo” (Gian Franco Pagliaro) a Carlos “Charly” (Carlos Monzón), en uno de los muchos extraordinarios diálogos que solemos recordar de Soñar, soñar, de Leonardo Favio, una de las más grandes películas de uno de los más grandes cineastas. Una de esas películas que atesoramos, que cuidamos en la memoria sin dudas y con firmeza, de esas cuyas imágenes y sonidos nos llevan al mundo del cine, o mejor dicho a nuestro mundo del cine, ese que hemos construido en nuestra relación con las películas, ese que se queda con nosotros y que permite la complicidad con alguien que reconoce a qué nos estamos refiriendo si de repente gritamos ¡ojalá crezcas, así te morís de hambre!
Volví una vez más a recordar Soñar, soñar porque escuché el vinilo, o el disco, como decíamos antes. De hecho, incluso decíamos long-play pero no vinilo, ¿cuándo fue que empezamos a decirle vinilo, señores? Pero esos son otros asuntos. Llegué al disco de Soñar, soñar porque en realidad estaba buscando otro disco: el que estaba buscando era el de Juan Moreira, con música de Poco Leyes y Luis María Serra. Y lo busqué para escucharlo una vez más cuando me enteré de la muerte de Serra, ocurrida el 13 de mayo pasado. Y ahí leí una vez más las palabras de Leonardo Favio: “Yo quería para mi Juan Moreira una música que fuera silencio, color. Cuando llegó a mis manos la obra musical encontré todo eso y algo más que no podría definir, porque a veces el talento desborda la obra y deja un sabor, un sentimiento que sólo se puede explicar con un lenguaje desconocido que sólo pertenece al alma. Gracias.” Menos mal que aparecieron estas palabras de Favio, porque me iba a poner a tratar de decir algo sobre la música de Juan Moreira. Pero mejor no decir nada más que lo que dijo hermosamente Favio: esas cuestiones pertenecen al alma.
Al buscar el disco de Juan Moreira no solamente encontré el vinilo -el disco- de Soñar, soñar sino además el de Nazareno Cruz y el lobo. Y no pude evitar sentir cierta satisfacción por tener los tres discos de las bandas de sonido de las tres películas de Favio de los setenta. Mientras tanto, entristecido por la muerte de Serra, recordaba que hace unos años, en 2018, habíamos organizado esta actividad en el Bafici: “Sonido y música en el cine. Sebastián Escofet, Luis María Serra, Gabriel Chwojnik e Iván Wyszogrod debaten los múltiples aspectos vinculados con el sonido y la música en el cine: para qué sirven, cómo se hacen, los procesos creativos, las relaciones entre músicos y directores, los derechos de autor y mucho más. Modera Javier Porta Fouz” (vaya mi agradecimiento a Sebastián Escofet que me permitió conocer a Serra, y emocionarme una vez más y como nunca con el final de Juan Moreira). Tanto en esa charla como al enterarme de la muerte de Serra recordé uno de esos impactos cinematográficos perdurables, esos que en realidad van más allá de lo cinematográfico y que mediante las ya citadas palabras de Favio asignaremos al alma. Lo que recordé en 2018 y 2024 y tantas otras veces fue la música de Serra para La república perdida, la película de Miguel Pérez de 1983. Nunca tuve ese disco ni ese casete, pero recuerdo que usé el viejo método ultra low-fi de acercar un grabador al parlante del televisor para grabar “Solo a mi pueblo”, que escuché tantas y tantas veces. A veces las películas van donde las lleva su música, que sopla donde quiere.