Cuando en El Amante hacíamos el balance de cada año esperábamos a que terminara el año en cuestión para evaluar los estrenos y decidir los listados. Hoy en día Spotify te manda “lo que más escuchaste en el año” cuando falta más de un mes para que termine, cuando falta casi un diez por ciento del año. ¿Es grave?; no, es gravísimo. En El Amante, además, cada uno de nosotros elegía la peor película del año entre las estrenadas en los cines del país. ¿Se trataba efectivamente de la peor del año? Bueno, ya no sabemos ni lo que es el año ni del todo lo que es un estreno, pero podemos intentar entender lo que significaba para varios de nosotros la peor película del año: se trataba de aquella que representaba de forma relevante el mal uso de ese arte que queríamos y queremos tanto, el cine.
Pero, además, la peor película del año solía ser una de esas que se habían vuelto relevantes, o rimbombantes, o que habían sido muy valoradas por buena parte -aunque no necesariamente la parte buena- de la crítica. Hoy tampoco sabemos bien lo que es la crítica, pero sí sabemos, sí sé, que la peor película del año es Barbie. Sí, por supuesto que no vi todas las películas del año (y que falta algo así como un dos por ciento para que termine el año mientras escribo esto), pero Barbie es efectivamente la peor según lo explicado ut supra.
Barbie, dirigida por Greta Gerwig, recientemente anunciada como presidente del jurado del próximo Festival de Cannes, es una de esas películas escritas y filmadas con el diario de ayer y también el de antes de ayer, acribillada a consignas que parecen dictadas por un comité hecho de mamushkas de comités, salpicada de chistes o intentonas de chistes o meras referencias que deben ser leídas con los condimentos “del momento”. Las películas, como las chicas, aceptan afearse según la moda, ya lo decía Jean-Luc Godard y lo dicen muchas fotos. Las películas como Barbie aceptan -o desean profundamente, pero a esta película de plástico falso no le creo que tenga la decencia de desear- afearse y atontarse con las referencias estas de la banalidad del mal cine y del pensamiento convertido en consigna, es decir en pensamiento nulo. Y en realidad ya no nos mandan a leer los diarios de ayer sino los hashtags de ayer, o las tendencias de las redes del otro día, (“las redes”, para diferenciarlas de las de Grierson o las del Capitán Ahab) o alguna otra cosa con fecha de vencimiento demasiado próxima. ¿Vieron esas películas hechas para durar décadas o quizás siglos? Bueno, Barbie es un artefacto pop efímero, como quizás lo haya sido la canción de Jordy “Es difícil ser bebé” (Dur Dur D’etre Bebe!, Jordy Lemoine). Claro que hubo artefactos pop que parecía que iban a durar poco en su momento, por ejemplo Help! de Richard Lester con Los Beatles. Pero la evidencia en realidad era que esa película resplandeciente y vital era algo moderno y no solamente contemporáneo. Se veía, se escuchaba, se la escuchaba respirar, se percibía su pulso. Barbie es tan mortuoria que hasta logró apagar la energía de Will Ferrell.
En Barbie se ven imágenes y recursos de puesta en escena como de película de directo a video o de directo a Cablevisión y a Video Cable Comunicación de los noventa pero cara aunque no lujosa, se ven parafernalias de cosas ya vistas y puestas de forma formulaica, o mejor formulera, hechas para que alguien por ahí detecte que Gerwig vio alguna película de Jacques Demy. De mí: cuando estés mal cuando estés solo, cuando ya estés cansado de llorar… Cuando estés solo creyendo que Barbie es la peor del año… bueno, seguro que alguien más lo cree, porque es imposible que esta película que incluye la media hora final más blandengue, sentenciosa, cargada de usos y abusos de los peores recursos de los bodrios de ayer, hoy y siempre, con la música más chantajista y menos imaginativa desde Armageddon no sea considerada la peor por más gente. No, no te compro que seas meramente cínica, Barbie (no lo sos entre otras cosas porque tus intentos de emoción ramplona van denserio), aunque te intentes pasar de viva con una batería de recursos bananas, como la insufrible y superada voz de Helen Mirren que hasta hace un supuesto chiste, o metachiste, o puesta en abismo de la ficción (de todos modos, ya Monterroso nos digo que cuando despertó, la ficción ya había sido tirada por el precipicio de la impericia) con la supuestamente indiscutible belleza y resplandecencia de Margot Robbie. Estaría dispuesto a aceptar eso en el contexto de otra película que no planteara a cada rato sus credenciales woke para después tirarlas al tacho con esa afirmación sobre Robbie y con cada decisión plástica para sus Ken y sus gestos. En el contexto de una película que no se hiciera la rebelde para ser finalmente una monstruosidad altamente cobarde hecha de retazos -alguno incluso con vida, como el personaje de Michael Cera, que entendió cómo generar gracia con la cara de su apellido- inconexos, organizados de forma cristalinamente mediocre y apenas unidos o urdidos por el oportunismo.