“Entiendes mucho más que yo a este mundo y sus criaturas”, cantaba Miguel Mateos en Obsesión, hace más de treinta años. Y yo sinceramente escucho creaturas, chequearé en el casete al llegar a casa o en unos días, pero por ahora -en las primeras búsquedas en internet- la letra dice criaturas. En el disco que llevaba el mismo título de la canción -antes decíamos homónimo- Mateos continuaba con la idea, o con su propio zeitgeist, o con su propia reacción que ya estaba presente en el disco doble Solos en América: sus nuevos discos y su grabación y su estética iban a ser algo así como panamericanos, sobrevolando desde los coros en inglés, más bien inglés americano, de los Estados Unidos de América, abarcando Los Ángeles y Miami; total a Mateos, tremendamente exitoso con Rockas Vivas, en Argentina no lo trataban del todo bien los del “palo del rock” y/o los intelectuales, o los “intelectuales”, como quieran. Así que bien podían seguir despreciándolo y ahora agregar a las objeciones frente a Mateos el sempiterno rechazo a Estados Unidos en general y a Los Ángeles y Miami en particular.
Pero todo esto no viene al caso, ¿o sí? ¿Quién entiende a este mundo y a sus creaturas o a sus criaturas hoy en día? Incluso hasta no dudamos de que pudiéramos llegar a cantarle con ese amor, como cantaba Mateos, a una persona que entendiera mucho a este mundo y sus criaturas, Al menos no nosotros, como cantaba otro Miguel, Abuelo. No sé si queremos entender o si queremos ya haber entendido y listo. Queremos seguir viendo qué pasa, eso sí.
Sumando cortos y largometrajes, vi cincuenta y seis películas en Goa, en la India. Es la quinta vez que participo del Film Bazaar: en 2020 y 2021 lo hice de forma virtual y en 2019, 2022 y 2023 de forma presencial. Pero… ¿qué es esto de decir virtual y presencial, de usar la terminología de esos otros y no de nosotros? Lo que permanece, en todo caso, es que tres veces me invitaron a ir a la India. A estar ahí.Y que en esta tercera vez a las películas las vi con las imágenes y los sonidos de los viajes anteriores. Hay muchos detalles que podría anotar, desde climáticos hasta los modos de gesticular, que hoy capto de forma distinta. Y si bien no puedo decir casi nada de las películas porque no se exhibieron en proyecciones públicas y la inmensa mayoría está sin terminar, sí puedo decir que las que más me gustaron fueron dos: una cuyos personajes podrían trasladarse a casi cualquier otro país y otra cuyos personajes solo tienen posibilidad de existir en algún lugar específico de la India. En ese arco, en esa distancia, en la videoteca del Film Bazaar, siento que entiendo mucho más que antes a este mundo y sus criaturas.
Para volver de Goa tengo que tomar primero el vuelo Goa-Bombay (o Mumbai). Salgo desde un nuevo aeropuerto, muy nuevo y muy lujoso, a otro aeropuerto, muy distinto al que ya había visitado cinco veces, incluso en el viaje de ida hace una semana. De Bombay tengo que tomar otro vuelo hacia Addis Abbaba (o Addis Abeba, como la conocí hace cinco años), en Etiopía. Y de ahí otro vuelo más hasta Buenos Aires, que tiene parada en San Pablo para carga y descarga de criaturas humanas y veloz limpieza. Sin embargo, esta vez, al comienzo del vuelo en el que estoy escribiendo esto se me ocurre ver la pantalla que indica el estado de la travesía y veo que indica que aterrizaremos en Entebbe, Uganda. Pienso que debe ser un error “del sistema”. Bueno, realmente paramos en Uganda porque había que cargar nafta. Aparentemente no había nafta en Addis Abbaba (o Abeba) para poder llegar a San Pablo. Por películas como La pesadilla de Darwin de Hubert Sauper y porque me gustan los peces y la geografía sé que Entebbe queda al norte del lago Victoria, es decir el lago más grande de África y el segundo de agua dulce más grande del mundo, miro fascinado el aterrizaje. Eso sí, me duermo mientras el avión carga nafta. Siento que no entiendo la distribución de la nafta para los aviones pero que me entiendo perfectamente, que sobrevolar el lago Victoria y poder verlo desde la ventanilla del avión cumple un poco con mis sueños de lector de libros de geografía hace ya cuarenta y tres años. Siento que entiendo a esa criatura, o creatura que fui, aunque claro que me gustaría ver la fauna del lago Victoria en vivo, de forma “más presencial”. Después, claro, sigo sin entender, y al lado de mi asiento hay una mujer émulo de Kim Kardashian, que mira una película de aspecto tremebundo en la que hay otra mujer émulo de Kim Kardashian, de esas con ciertas obligatoriedades en términos de labios, uñas, pestañas y pelo de un lacio que refuerza la ley de gravedad. Y otra vez siento que no entiendo a este mundo y sus criaturas, y pienso en la palabra y recuerdo que en mi teléfono tengo una figurita autoadhesiva de la película Critters. Y también me acuerdo que hace poco le dije la palabra autoadhesiva a una criatura menor de doce años y no me entendió y tuve que decir sticker, que me gusta mucho menos, porque tengo la obsesión de no usar en castellano tantas palabras en inglés, y la canción Obsesión me gusta mucho más cuando se escucha que cantan obsesión y no me gusta tanto cuando repiten obseyon-obseyon en los coros.