El 14 de septiembre pasado se estrenó en Argentina Cielo rojo, es decir Afire de Christian Petzold, es decir una de las mejores películas de uno de los mejores directores contemporáneos. La película ya se había exhibido a sala llena en abril en el Bafici y también en el Festival de cine alemán, apenas una semana antes de su estreno comercial. En los festivales a la película le fue bárbaro -disculpen el término, es para conectar con otra película de Petzold- pero después, ya librada a la exhibición normal, bueno, su destino fue languidecer y, así las cosas, ya queda en pocos cines y pocos horarios. Dicho brutalmente: hay un público de festivales para ver estas películas y no hay un público general para ver estas películas. Hay un público que conoció las galletitas Ondina y hay un público que no las conoció (disculpen la digresión, es para conectar con otra película de Petzold).
Vi Cielo rojo (Afire) el 2 de marzo de este año e inmediatamente mandé un mail para que se invitara la película al Bafici, que decía más o menos esto: “Ah lo buena que es. Qué tremendo debe ser hacer esto y que le den el premio principal de Berlín al documental de Philibert. En fin, que Petzold sí que está en forma y afinando su cine. Tengo mucho para decir pero a lo importante: invítese con urgencia. Es fundamental.” Diez días después de ese mail, con la invitación ya transitada -disculpen el término, es para conectar con otra película de Petzold- y Afire ya confirmada, escribí esto para el catálogo: “No anda nada. Auto que se queda, escritor disconforme y que no puede escribir, la casa que iba a estar vacía está ocupada y con ruidos, hay incendios cerca. Para Leon, el escritor, las frustraciones siguen creciendo: todos son atléticos menos él, todos están seguros de lo que hacen menos él. Leon es una fuerza negativa. Eso es lo claro, lo obvio, lo que no necesita interpretación. Pero Petzold es un cineasta en el dominio de su arte, que consiste en convertir en tenuemente tensa cada situación sin errar ni una sola nota ni actoral, ni de encuadres, ni de diálogos ni de nada. Y, a la vez, milagro del cine, hacer que este drama nos apasione. Seguro que algo influye la fotogenia absoluta de sus actores y especialmente de su musa de la última década, Paula Beer. Todo anda.”
En marzo tenía mucho para decir acerca de esta magnífica película pero hoy, en el estado en el que estoy, rodeado de fantasmas (disculpen la confesión, es para conectar con dos películas de Petzold), lo que tengo para decir es en primer lugar que hay que ver Cielo rojo, es decir Afire, que no hay que perderse una de esas películas que si lograran conseguir más público podrían encontrar más espectadores deslumbrados, espectadores que podrían ayudar a que el cine pudiera resucitar de sus cenizas, como el ave Fénix; disculpen la comparación, es para conectar con otra película de Petzold. Y como no tenía más para decir, o no quería decir nada más, me puse a escuchar. A escuchar un podcast, pero no un episodio piloto (disculpen la aclaración innecesaria, es para conectar con la primera película -para televisión- de Petzold). El podcast en cuestión era uno de Film at Lincoln Center, con una entrevista a Petzold luego de una proyección de Afire. Buenísimo. En ese podcast Petzold habla de cine, de Alemania, de Rohmer, del cine de verano, de sus gustos, nombra dos veces a Ingmar Bergman -claro, Un verano con Monika, película clave para enamorarse de Afire-, cuenta una hermosa anécdota de desayunos con Abbas Kiarostami, se posiciona en contra de hablar de la película que se acaba de ver pero encuentra la forma de hablar sin hablar de la película pero aún así hablar de la película de la que preferiría no hablar. Y cuenta que el personaje del escritor atribulado y petulante ante su segunda novela luego del éxito de la primera no es él, para luego contar que sí es él, y que lo descubrió -o lo descubrieron- hablando con sus actores. Y que Afire se iba a llamar “Club Sandwich”, como el título de la segunda novela de Leon, un hombre que transita casi toda la película actuando de “escritor” de formas ridículas. La segunda película -para televisión- de Petzold se llamó Cuba libre. Y el análisis que hace Petzold de esa revelación Club Sandwich / Cuba libre tiene la gracia de un narrador endiabladamente hábil, uno que no solamente sabe contar sino que además es capaz de observar el mundo con una sensibilidad y una humildad especial -por legado familiar de un padre trabajador que pasó tiempo desocupado, seguramente- para poner en escena como trasfondo fundamental la necesidad de trabajar, la necesidad de conseguir medios de subsistencia como una preocupación concreta que debe ser respetada. Petzold entiende más, mucho más, que tantos chicos ricos que hacen cine pero no logran hacer películas, esos que ostentan la tristeza impostada del arte y ostentan la abundancia del éxito ante la mirada atónita de los no privilegiados.