La idiocracia, una vez más, o cada vez más, película maldita y luego recuperada con honores, La idiocracia (Idiocracy) se filmó en 2004. El punto de partida de su relato se sitúa en 2005, año en el que inicialmente se pensaba que el film iba a presentarse ante el mundo. Finalmente se estrenó -malamente- en 2006 en Estados Unidos, en pocos cines y en los lugares menos apropiados, con un lanzamiento (muy) limitado. En muchos países fue directamente editada en DVD y sin demasiada visibilidad ni campañas promocionales. Quienes la vimos en esos momentos quisimos correr la voz, programarla en festivales, poner reflectores sobre ella, hacerla visible: he aquí la comedia más importante en lo que va del siglo, la máxima sátira social imaginable, una que luego de pasar brevemente por el año 2005 nos depositaba -junto con el protagonista, el hombre promedio o el hombre mediocre de ese año- medio milenio después, en 2505, en un mundo en el que la idiotez ha completado de forma aplastante su dominio sobre los Estados Unidos de América, y suponemos que sobre el mundo entero.

Televisores gigantes con programas más que idiotas, edificios risiblemente mal hechos, desconocimiento de la lectura y la escritura, publicidad brutal más que omnipresente, empleados de comercios -y también de hospitales- que apenas pueden apretar botones con dibujitos, monstruosos sillones para ver televisión que permiten ingerir comida y bebida chatarra sin parar, obsesión anal como norte (y como este, oeste y sur), supermercados que son como ciudades feas, ciudades feas sin rastros de sensatez o belleza arqutectónica, y máquinas taradas que hacen el trabajo de humanos aún peores que ellas. Por otro lado, o por el mismo lado, el presidente del país es alguien llamado Dwayne Elizondo Mountain Dew Camacho cuyo currículum incluye haber sido luchador profesional y actor pornográfico.

Esta película destinada a fracasar en los cines se convirtió en uno de los relatos contemporáneos de ciencia ficción cómica más acertados imaginables. De hecho, las dos inexactitudes más flagrantes que pueden verse inmediatamente fueron que su creador no vislumbró cuánto iban a contribuir a la idiotez generalizada los teléfonos omnipresentes y, sobre todo, que no hubo que llegar a 2505 para asistir a una buena cantidad de los desastres pronosticados por la película. El creador de La idiocracia fue Mike Judge, alguien que comenzó haciendo animaciones y que, en la última década del siglo pasado, había detectado una cierta tendencia en los adolescentes de estar pegados a MTV y a estar apoltronados mirando televisión, y lo hizo parodia sublime y lo convirtió en éxito… bueno, en MTV. Aplausos para la osadía de Judge, creador de Beavis y Butt-Head, y también de La idiocracia, producida por Twentieth Century Fox y que incluye a un noticiero de Fox con una mirada a la que llamar corrosiva es quedarse a cien kilómetros de la meta. Judge también dirigió, antes de La idiocracia, una película fundamental que también fue ganando status de culto: Enredos de oficina (Office Space, 1999). Satirista convencido, director y pensador de una inteligencia lúcida evidente al escuchar o leer cualquier entrevista, Judge contó que la idea para La idiocracia quizás haya nacido cuando iba al colegio secundario: en una ocasión, según cuenta, el profesor de matemática dijo que toda la clase había hecho mal las cosas en una prueba y que él único que había resuelto bien lo solicitado era el alumno Mike Judge. Y ahí él sintió la mirada asesina de sus compañeros, y cuenta que después de la clase tuvo que esconderse para que no le pegaran. Esa misma sensación -con su concreción- es la que padece Joe Bauers (Luke Wilson), ese hombre promedio sin brillo alguno de 2005 que en 2505 pasa a ser el hombre más inteligente del mundo y ante la más mínima amabilidad al dirigirse a unos malentretenidos de la calle es tildado a los gritos de “maricón” mientras le llueven amenazas de castigos físicos. Claro, el de 2505 es un mundo en el que no crecen las cosechas porque se riegan los campos con una bebida parecida al Gatorade, de nombre Brawndo porque, bueno, la bebida tiene electrolitos, que es “¡lo que las plantas ansían!” Hace algunos años, en las calles de Buenos Aires podíamos leer en una campaña publicitaria que el agua era “la forma más natural de hidratarse”. Dentro de poco se nos informará que la lluvia moja y que para evitar contagios de enfermedades respiratorias es mejor ventilar los ambientes y los transportes públicos (quizás algo de eso ya haya sucedido, pero de todos modos casi nadie aprendió demasiado y hoy en día los colectivos han vuelto a ostentar las ventanas cerradas de forma casi militante). Por otro lado, quienes pueden hacer cuentas sencillas mentalmente son, cada vez más, mirados como bichos raros, o como Judge en el colegio. Quien no quiera ver La idiocracia creciente a pasos agigantados que no la vea, pero se hace cada vez más difícil hacerse el desentendido, sobre todo cuando uno se entera, por ejemplo, de las acuciantes cifras del doblaje en los cines argentinos, o cuando uno ve declaraciones de transeúntes en consultas de móviles televisivos y, ya que estamos, en cómo se escribe impunemente en cada vez más ejemplos de eso que solíamos llamar periodismo.

El camino de nuestro héroe Joe Bauers se cruzará con el de otro habitante de 2005 trasplantado a medio milenio después, la prostituta Rita (Maya Rudolph) que en ese futuro estafa con suma facilidad a sus potenciales clientes, que apenas pueden hablar con las cinco vocales y con otros apenas la misma cantidad de sonidos de consonantes. Bauers, entre otros motivos por ser “inescaneable” necesitará un abogado en 2505; el nombre del abogado: Frito Pendejo. El juicio: un momento de gritos de hinchadas oligofrénicas. Y no revelaremos más -aunque dan ganas de comentar esa gloriosamente cómica “máquina del tiempo”- lo que sucede en esta película creciente y acuciantemente imprescindible. Eso sí, podríamos o más bien deberíamos apuntar un detalle muy revelador del proceso creativo: la película tenía un presupuesto muy limitado para sus grandes ambiciones y sus necesidades, y la vestuarista Debra McGuire exprimió a fondo los recursos de los que disponía. Y así fue que para los calzados de los personajes en el futuro distópico de 2505 eligió los de una empresa que recién empezaba y que eran muy baratos. McGuire pensó que jamás se iban a hacer famosos porque eran feos y nadie iba a querer usar esas cosas aparatosas y de aspecto tan tonto. Y así fue que los personajes de La idiocracia tuvieron Crocs en sus pies.

La idiocracia comienza con una explicación veloz de cómo se llegó a ese catastrófico desastre del futuro: se reprodujeron a más velocidad los menos inteligentes y coparon el mundo, mientras los más inteligentes -que no necesariamente es sinónimo de lúcidos- se la pasaban pensando y sopesando y analizando cuándo era la mejor época para decidirse a tener descendencia. Una explicación bombástica, polémica, una especulación que seguramente haya sido uno de los motivos por los cuales la función de test con público de la película con los efectos especiales sin terminar haya tenido comentarios tan adversos. Ante esa situación se recortaron aún más las posibilidades de post producción y de esa manera no pocos efectos visuales quedaron sin pulir. Muchas imágenes de La idiocracia tienen, así, una tosquedad que va más allá de la puesta en escena y de los intencionadamente horribles decorados del pesadillesco mundo de 2505. De todos modos, ese aspecto sin terminar quizás hasta le quede mejor y sea más justo y eficaz para el veloz y cómico relato de La idiocracia. Trágicamente cómico, deberíamos decir de forma pocas veces tan precisa.