Esta es mi columna número 500 en Hipercrítico. 500. Sí, así fue y así es, se me ocurrió numerarlas obsesivamente desde la primera. La cantidad aproximada de caracteres escritos supera con seguridad los dos millones quinientos mil, algo así como unos ocho libros de aproximadamente 200 páginas cada uno. Menos mal que existe esto de la virtualidad.

Esa primera columna, que llevó en el nombre del archivo el número 1 -incluso creo que 001- fue sobre Shara, de Naomi Kawase, por el estreno en Argentina de esa película a fines del año 2008, cinco años después de presentarse mundialmente en Cannes y cuatro después de exhibirse en el Bafici. En ese entonces, Gustavo Noriega se encargaba de esta columna, y me propuso reemplazarlo semana por medio porque él no llegaba con sus múltiples actividades. Así fue el comienzo, y en algún momento mi amigo Gustavo decidió no escribir más así que me quedé con esta columna todas las semanas (¡gracias!). Algunos años más tarde era yo el de las múltiples actividades que me impedían escribir todas las semanas y entonces quedó como una columna que aparece cada dos semanas (no podría poner quincenal porque aparece cada catorce y no cada quince días). En tren de otros números redondos, podría decir que falta poco para que se cumplan quince años de esa primera columna, y quince también del asunto de la segunda columna, una de las derrotas más taradas de la historia del tenis argentino, la de la final de la Copa Davis entre Argentina y España jugada en Mar del Plata. Y en cuanto a otro número redondo, en menos de veinte días estaré cumpliendo una edad parecida al número de esta columna, igual menos uno de los dos ceros. Frente a todas estas circunstancias, como una especie de autoregalo, resolví que hoy esta columna viajará a un pasado aún más lejano que el año 2008. Nos vamos al 24 de enero del año 1975, a Venecia, a la segunda parte de Placeres y fatigas de los viajes, de Manuel Mujica Lainez, a un texto llamado “La Bienal de Venecia y La hora de los hornos”:

“Antes de partir, me parece interesante un breve comentario a la suerte de la famosa Bienal de Venecia, sobre la base de informes que he recogido aquí y allá, en los medios más diversos. Bajo la presidencia del señor Ripa di Meana (un conde que lo esconde) y la dirección de un grupo extremista, cuyo propósito confesado es “destruir la vieja Bienal”, ese famoso organismo está mudando de piel, al cabo de ochenta años de realizaciones empeñosas, a menudo notables. Se aspira a que ocupe una posición de vanguardia, pero ya no estética sino política. (...) En 1974, las artes plásticas estuvieron casi totalmente ausentes del concurso, mientras se otorgó al cine tercermundista un papel primordial, afirmado, como antes indiqué, en su mensaje político y no en su condición de obra de arte.

Y, por imposición de espíritu que exige el desmembramiento de la muestra, sacándola de su medio tradicional y llevándola a barrios obreros y de la periferia veneciana, buena parte de las películas fueron exhibidas en salas de no fácil acceso, donde, paradójicamente, lo que se prefiere ver, por explicable contraste, son filmes que describen (como contemporáneos cuentos de hadas) los aspectos más suntuosos y agradables de la vida. De la Argentina se proyectó ante escaso público, por las razones citadas La hora de los hornos. Aquí se tolerará que incluya una referencia personal. Me han contado que en una de las escenas de dicha película salgo yo, presentando y firmando, años atrás, uno de mis libros. Parece ser que alguien se me acercó entonces y que, sin decirme que mis respuestas irían incluidas en la película de larga gestación y de índole polémica, se me preguntó dónde me gustaría vivir, a lo que respondí, ingenuamente, en Venecia. Añadió mi informante que los enfoques tenían un evidente afán de crítica.

Lo cierto es que si lo que se buscó era alcanzar la adhesión del público, en contra de la irreverencia de un escritor argentino que anhelaba fijar su morada en la ciudad de las lagunas -como tantos y tantos escritores y artistas harto más célebres que quien firma esta nota-, y que si ese propósito se logró en otras ciudades del mundo, en Venecia sucedió exactamente lo contrario, pues ante mi réplica los venecianos (izquierdistas o no) rompieron a aplaudir con entusiasmo unánime.

Y el corolario de esta aclaración (que se me disculpará) es que las autoridades turísticas de Venecia me llamaron y pusieron a mi disposición una lancha oficial, para recorrer en ella la zona maravillosa de Torcello, Burano y San Francisco del Desierto, como inesperado fruto de mi intervención involuntaria y oportuna, en La hora de los hornos.”