Ben Affleck está, o volvió, o estuvo siempre, o se había ido y ahora volvió a estar. Sea como sea es una buena noticia: lo necesitamos en el cine. Estrella de Hollywood fuera de estos tiempos, estrella como las hacían antes, con magnetismo, con noticias alrededor que llegan al público masivo, también el del mínimo común denominador cargado de chistes malos y de otros aún peores alrededor de las “noticias”. Pero sí, Ben Affleck es “conocido” y de eso seguramente se aprovecha para poder hacer películas; mucha gente sabe quién es y si se casa o se separa de Jennifer López, aunque quizás no todos sepan que es uno de los grandes directores de cine en actividad, uno de los pocos que se podrían considerar dignos herederos del clasicismo de Clint Eastwood.
Affleck cuenta en su carrera con un pasado actoral que en algunos casos es hasta mejor que sea pisado (uf, Pearl Harbor), con guiones y producciones diversas y, sobre todo, con un talento evidente desde su ópera prima como director (Gone Baby Gone, 2007) y que volvió a demostrar en la segunda (The Town, 2010). Las virtudes desplegadas en esas dos películas eran tan claras que hasta yo me había dado cuenta, y en el momento de Argo (2012), el tercer largometraje dirigido por Affleck, con el que pegó el salto fuerte al mundo de los Oscars, en El Amante recordábamos estos asuntos (link). Después de Argo, Affleck incurrió en el único paso en falso de su carrera como director: Vivir de noche (2016). Y se tomó siete años para retomar la actividad en ese rol: no se trata de un director prolífico, pero ahora, a siete años de esa película que nos había desanimado y había provocado una reducción de nuestras esperanza acerca de la supervivencia del clasicismo, llegó Air, que con absoluta seguridad es y seguirá siendo una de las grandes películas de este año.
Air es de eso que ya saben que es, y si no lo saben se lo aclaran bien claro en las palabras de la aclaración aclarante del título expandido en castellano (ya nos lo decía Horacio Quiroga hace cien años, los distribuidores creen que el público local necesita “sal gruesa”). La aclaración, entonces, es que esta es “la historia detrás del logo”. Sí, esta es una película sobre un momento de la historia de la empresa Nike. Para más detalles argumentales hay otras críticas. Acá decimos, digo, que esta es una película que -como en otras- para qué contar el argumento si lo que tienen que hacer es ir corriendo a verla porque:
1-Los actores -y los diálogos- están en pleno brillo. Por ejemplo el protagonista Matt Damon, ese señor cuya espalda y cuyo cuello son confiables, sólidos, contundentes, y que los hace actuar. Que sabe caminar pero no sabe -o ya no quiere- correr. Jason Bateman es otro recurso natural del cine estadounidense, que sabe moverse y ser incisivo y no necesariamente entrar en el modo del cinismo (Bateman es, además, otro director a tener en cuenta (link)). Hay más para decir sobre los actores, como por ejemplo que Marlon Wayans puede hacer monólogos dignos del mejor stand-up y encajarlos en diálogos fundamentales, y que Chris Messina puede deslumbrar en el -Paulina Kael dixit- gran arte de la puteada.
2-Esta es una película que respira clasicismo, que lo entiende y lo hace funcionar, que pone en práctica con asiduidad la lógica del paneo para describir espacios mientras siempre hay personajes en actividad, embarcados en conseguir sus objetivos, proyectados hacia la acción, muchas veces hecha con palabras (como en tanto cine clásico). Esta película entiende que “la historia detrás del logo” no es simplemente eso sino que su tema es mucho más amplio: aquí estamos ante una versión posible -y nada inocente, por más que haya quien lo lea así apresuradamente- del sueño americano. Además, esta es una película que puede ser leída según otra clave: cómo Affleck entiende el cine, dado que el personaje que interpreta el director escucha lo que tienen para decir o proponer sus colaboradores y toma lo mejor para llegar al éxito.
3-Hay mucho más para destacar e interpretar, e incluso hay una escena armada con singular gracia alrededor de “Born in the U.S.A.” de Bruce Springsteen; claro, esta es una película sobre América, 1984, entre otras cosas (y ese montaje inicial de “la época y sus imágenes” es una maravilla de concisión y creatividad). Affleck, astuto, hace una película “de época” y así ni siquiera tiene que estar atento a rendirle pleitesía a la corrección política ni al reparto de colores y de otras variedades que se le “exigen” a cada vez más películas, incluso a las más poderosas, que sucumben con frecuencia a lo que parecen ser algoritmos deshumanizados. Air, por su parte, es obviamente mucho más que todas esas zarandajas: es una película hecha por un ser humano. Mejor dicho, hecha por un equipo de seres humanos que entendieron el cine, o lo que queda del cine que, gracias a Air y a su director, tiene un futuro menos sombrío de lo que a veces nos permitimos creer.