Las películas están ahí. El cine está ahí. Aquí, allá y en todas partes. Y uno finalmente ve RRR de S.S. Rajamouli, película india, aunque no de Bollywood. Pueden leer detalles sobre su origen y sobre otros aspectos en esta muy recomendable crítica de Santiago García (link). Eso, finalmente uno ve RRR, meses después de su estreno en cines en los países que tuvieron esa suerte. Por aquí no pasó por salas y fue directamente a Netflix. Una lástima, porque la experiencia cinematográfica de una película como RRR puede ser definitoria: puede hacer que un chico sueñe con conocer mundos distintos, puede hacer que una chica sueñe con dirigir cine y defina su vocación, y puede hacer que todos soñemos con un combate contra los malos acompañados de animales salvajes.

RRR, es decir Rise Roar Revolt, o Ratham Ranam Roudhiram en tamil, o Revolta, Rebelião, Revolução en portugués, es una película histórica. Y es histórica menos porque trate de la década del veinte del siglo veinte en la India gobernada por los británicos que por hacer historia cinematográfica mediante las hipérboles más absolutas en términos de lo que daremos en llamar movimiento con convicción. Tanta convicción que las mayores osadías imaginables en términos de peleas cuerpo a cuerpo, o un cuerpo contra mil cuerpos, o flechas contra ejércitos armados, se aceptan no solamente como lógicas sino más bien como necesarias. Ante tanta película “histórica” que avanza melindrosa pisando huevos para no ofender a los que trabajan de ofenderse desde hace décadas, RRR se decide a caminar, correr, saltar, bailar y volar con convicción. A moverse, a desplazarse y a convencernos, a pegarle patadas al piso hasta que tiemble la tierra, o tiemblen las butacas de la sala. En todo caso, los “verosimilistas” -esos de los que se reían Hitchcock y Truffaut en El cine según Hitchcock- deberían darse cuenta de que esto no es lo suyo, básicamente porque esto es cine de esa clase particular que expulsa a los pocos minutos a quienes creen que Las invasiones bárbaras de Dennys Arcand es el modelo a seguir. RRR es cine que se mueve y que antes de poner los títulos a todo fuego nos presenta a dos personajes inolvidables y nos advierte, con recursos melodramáticos que no tienen vergüenza de serlo, que vamos a emocionarnos y a vivir una experiencia intensa. O, mejor aún, a vivir muchas experiencias intensas en más de tres horas de celebración del arte del siglo XX que, en ocasiones y en determinados lugares, también puede ser el arte del siglo XXI. O el arte de los tiempos nuestros, como escribió kaelianamente el crítico chileno Héctor Soto.

La propuesta de RRR -o una de sus propuestas- es la de movernos y conmovernos a partir de lo que les sucede a los personajes, y les sucede mucho, tanto que la mera idea de empezar a contar el argumento en detalle -esa práctica tan extendida y tan soporífera en tantos textos que huyen de la crítica y de la escritura- se pulveriza al instante. Los protagonistas son estrellas, porque este es un cine de estrellas, un cine grande y cuyos designios son los de un universo en el que las sutilezas y el minimalismo llevan extintos miles de años. Este es un cine endiabladamente intenso, de los que piden salas de cine como palacios (​​link), salas que puedan juntar mucha gente, salas que desde su arquitectura apunten alto, al espectáculo admirable en su ejecución, en su combinación aparentemente imposible de pies que bailen, caminen y corran con corazones en llamas en secuencias a las que solemos llamar más grandes que la vida quizás porque desde que el cine es menos cine y se ve menos en el cine la vida se ha achicado un poco.