Tom Cruise hace cine. Demuestra cine. Hace que el cine sea ir al cine. Se pone otra vez el traje, la coraza, el disfraz serio y también humorístico del héroe y hace volar todo por el aire y los aires otra vez, en una película pirueta y de piruetas. Tom Cruise, otra vez, y otra y otra y otra vez, cada tanto, revive ese cine que nos hizo amar el cine, la sala de cine. Con todas las Misiones imposibles, con la primera Jack Reacher, con Minority Report, con Guerra de los mundos, con Day & Knight. Con otras más y también con esta Top Gun Maverick. Tom Cruise se ríe y vuela. Y vuela vuela, y hace chistes.

I

Tom Cruise construye un mundo fílmico que incluso podría carecer de director, así como parece ocurrir en Top Gun Maverick en secuencias que en manos de realizadores de los buenos, de los cabales, de los fogueados, deberían haber sido ser menos arenosas, menos toscas, como por ejemplo la secuencia del bar, como la charla inicial sobre la cancelación del programa volador, como la conversación en la cama o como el abrazo con la señora de Iceman. Y no se trata de no reconocer la posible nobleza del plástico publicitario demodé y de todo lo gloriosamente over the top* que aquí tenemos, como esos planos cancheros porque cancheros son lindos, como muchos en esta película que no le teme al ridículo y así anda, feliz y musculosa, con abundancia de secuencias de acción precisas, económicas y a la vez de una notable generosidad adrenalínica. Y con una construcción de personajes a los que dan ganas de defender, de preocuparse y de interesarse por ellos: la vieja receta de la empatía (y de meter actores grandes en papeles secundarios). Top Gun Maverick es tan anómala -tan independiente frente a este mundo tan marveloso y tan poco maravilloso- que hasta se permite ser una de acción buena sin malos: la maldad está pero se relaciona con la tendencia a rendirse ante los reglamentos y las burocracias y, sobre todo, con la adoración de las máquinas deshumanizadas (que al final son menos hábiles que las picardías de Tom y de todos sus Jerrys). Rían, y corran, y que vivan los nobles componentes clásicos, o al menos algunos legados.

II

*Over the top: disculpen por favor el término en inglés, quizás podría haber escrito bombástico y dejarme de joder, pero Over the Top era el nombre original de Halcón, producto de los ochenta cargado con octanaje de los ochenta con Sylvester Stallone y con pulseadas, y con relación padre e hijo y con camiones y con canción principal de Sammy Haggar, que uno bien se lo confundía con Kenny Loggins, que tenía canción en Top Gun… y también otra en Halcón. Halcón, o sea Over the Top, es del año 1987, y la primera Top Gun de 1986. Además de todo esto, sinceramente me daban ganas de escribir el término “over the top”. Y, como decía Jean-Luc Godard, cuando uno tiene ganas de decir algo lo mejor es decirlo. O, como decía Andrés Calamaro acerca de Miguel Abuelo, “si tenía algo que decir lo decía dos veces”. Y Miguel Abuelo compuso y cantaba “Himno de mi corazón”, canción de 1984. Y Godard también decía que, si el cine hubiera dejado de existir, daba la sensación de que Nicholas Ray podría haberlo regenerarlo por sí solo (Godard no decía esto sobre Ray del todo a favor, pero aquí diremos lo que decimos y diremos de Cruise a favor, hasta con agradecimiento).

III

En este siglo XXI en el que la idiotez y la pequeñez han dado muestras de su permanencia y su extensión globalizadas; en este siglo XXI en el que cada vez menos directores, productores, guionistas y actores parecen saber cómo generar pasión, euforia, adrenalina… ahí está Tom Cruise, que pareciera tener la capacidad, los reflejos, la energía, la determinación y la tozudez para volver a cocer los ingredientes del cine y el imaginario de los ochenta, ennoblecerlos, quitarles lo malo e incluso convertir lo malo en atesorable y hasta trasvasarlo a objetos emocionales coleccionables. Eso y también mucho más es Top Gun Maverick, una película que apunta a la piel, ese órgano tan cercano, tan conectado con el alma, como bien lo sabía y lo decía con gracia epifánica Jean Cocteau. Top Gun Maverick es también un zoom out sobre una moto que se va a toda velocidad, y también una película sobre rebeldías honorables, y una comedia entre Cruise y John Hamm, y entre Cruise y Ed Harris, con diálogos que parecen los que se escribían para Humphrey Bogart, otro grande que no era especialmente alto pero bancaba la parada como pocos. Cruise, por sí solo, parece tener el poder de resucitar al cine y en especial su conexión con el público, que aplaude agradecido y casi todo sin barbijo, sonriendo porque se le ve la sonrisa, que revela más sensatez y criterio que la cara tapada al pedo. O quizás Tom no lo pueda resucitar de forma permanente, pero seguramente le dará algunos años más de esperanza mientras él, Cruise, siga por ahí, teniendo claro -está dicho en los diálogos de Top Gun Maverick- que él sigue por ahí porque los pilotos son más importantes que las máquinas. Y que no puede irse todavía.

IV

Para los que creen  que me subí ahora a la hola defensora de Cruise porque le dieron un premio en Cannes hace menos de un mes, tengan a bien saber que hace casi una década escribí esto (link), y hasta puedo exhibir defensas más antiguas. Y sepan que la Top Gun de 1986 siempre me importó  poco. Y que nunca defendí en bloque la nostalgia de los ochenta (link). Top Gun Maverick no es meramente un reciclado ochentoso: es cine con las posibilidades del presente motorizado por un actor y productor que sabe del poder de este maravilloso arte y que respeta su historia. Cine motorizado, elevado por alguien que sabe y activa las ganas de volver al cine a ver héroes con campera y jeans y sin tantas capas y capas multiverseras, y sin tantas concesiones a las estupideces y a los miedos del presente. Top Gun Maverick es, finalmente, la película de alguien con el poder de hacer el cine que le gusta y que gusta, un cine nacido del deseo, un himno de su corazón que seduce y dispara las ansias por volver a ver películas en una sala con gente alrededor, en comunión. Claro, Top Gun Maverick ciertamente es una heroína más bien solitaria. No te vayas, Tom.