Ivan Reitman nació en Checoslovaquia, en donde hoy es Eslovaquia. Vivió en Canadá. Donó terrenos en los que ahora están ubicados buena parte de los cuarteles centrales del Festival de Toronto. Hizo cine americano. De su filmografía la mayoría son comedias, comedias con cosas más bien fantásticas, con fantasmas, con cruces diversos, comedias bien contaminadas. Hizo diecisiete películas. Las cuatro primeras no las vi en cine, nací en el año en el que hizo la segunda; la última no la vi en cine, no se estrenó en cines en Argentina. Desde la quinta hasta la decimosexta, vi todas las películas dirigidas por Ivan Reitman en el cine.

Reitman se estrenaba en cines, y yo iba a los cines a ver las películas de Reitman. Fue un cineasta exitoso de una industria y un público que en los ochenta y hasta principios de los noventa propiciaban su modelo de cine, un modelo de cine convincente, contundente, un modelo con actores, con intensidad y con diversión. Sí, es cierto: cada uno se divierte como quiere, o como puede, pero Reitman proponía el vértigo de la diversión, invitaba a la diversión como mandato, y lo hacía incluso en sus momentos más fallidos de fines de los noventa del siglo pasado y de principios de este siglo (Un papá de sobra; Seis días, siete noches; Evolución). Quizás por la generosidad con la que invitaba a divertirse era que se notaban más las fallas de ese período. Pero ese período terminó y en 2006 Reitman comenzó a resurgir con Mi súper ex novia, una comedia relajada, osada y despreocupada, con una superheroína muy enojada, G-Girl (es decir, Uma Thurman) porque fue dejada por Matt (Luke Wilson) luego de un par de salidas. Esta es la película en la que Uma Thurman voladora revolea un tiburón que entra a dentelladas por la ventana de un departamento de un piso alto y persigue a sus ocupantes. Mi súper ex novia fracasó en la recaudación pero no falla en mi memoria, la recuerdo siempre.

Lo que vino después fue una de las mejores comedias románticas del siglo XXI, que no fue demasiado bien recibida por “la crítica local”. Lo recuerdo, de hecho lo acabo de confirmar al buscar algo de lo que escribí sobre la película. Esto es algo que escribí en ese momento; no lo recuerdo, lo copio: “Amigos con derechos, una de esas comedias que aparecen de tanto en tanto: uno de esos casos -como Adventureland, como La boda de mi mejor amigo, como Funny People- en los que se siente una vibración especial en el relato, un aire de electricidad -perdón por la metáfora un tanto frankensteiniana- que les da vida, una fluidez encendida mezclada con encanto, brillo, agudeza, inteligencia y aciertos en detalles de construcción que se condicen con el gran cine. Ese gran cine que no es el (mal) cine de “los grandes temas” (La cinta blanca, La vida de los otros) o el cine supuestamente “complejo” (El origen). Amigos con derechos es gran cine como arte popular, de la tradición clásica, opuesto a ese cine masivo ostentoso, que a todos les dice “aquí estoy, soy importante” (otra vez El origen). La importancia de Amigos con derechos es menos chirriante, menos obvia, más perdurable.”

Luego vino Draft Day, la que no se estrenó acá en cines, una película con Kevin Costner de protagonista, una película más sobre la pasión por el deporte desde un ángulo inusual (en la línea de Moneyball) que sobre el deporte. Una muestra cabal de concisión, concentración temporal, timing y coherencia.

Pero antes de ese resurgimiento, y antes de sus películas más fallidas, recuerdo que vi Los cazafantasmas en el Gaumont, recuerdo que vi -feliz y con frío- Peligrosamente juntos en un cine de la avenida Independencia en Mar del Plata, recuerdo que vi Los Cazafantasmas 2 en el cine Cuyo de la Avenida Boedo (casi Independencia, pero de Buenos Aires), que no existe más. Y recuerdo que vi Gemelos, Un detective en el Kinder, Dave: presidente por un día y Junior, ese póker de comedias, en el cine Metro. Recuerdo que fui al cine a ver comedias de Ivan Reitman. Sí, lo recuerdo.