Mundo Cine

Desde que la vi hace veinticinco años, o tal vez lo era desde antes por el título y por los fotogramas y por el agua, una de mis películas favoritas es Palombella rossa de Nanni Moretti. En este momento, en marzo de 2024, puedo dividir mi vida en dos mitades casi con exactitud: la mitad antes de ver Palombella rossa y la mitad después de verla. Palombella rossa es de 1989 y es una de mis películas preferidas por un montón de motivos que expuse en ya muchos artículos sobre ella que he escrito en este cuarto de siglo, pero uno de los motivos persistentes es que el protagonista, Michelle Apicella (el propio Moretti) se enoja ante usos aberrantes de palabras, se enoja y se violenta, grita y hasta pega un cachetazo. Al verlo por primera vez, ante ese momento de la película seguramente tuve la misma actitud del meme de DiCaprio señalando el televisor, muchos años antes de Érase una vez en Hollywood.

¿Será algo así como la novena vez que veo Nueve reinas? Quizás la haya visto -injustamente- algunas veces menos. Sé que la vi por primera vez en cine, en la sala Santa Fe, que ya no existe más, el día del estreno. Y que la vi otra vez en ese redondísimo año 2000. Ahora la volví a ver en cine luego de todos esos años: la han pasado al formato digital porque casi ninguna sala proyecta hoy en día en 35mm y este fue un reestreno con varias copias, o varios archivos difícilmente tangibles.

Los que se quedan es una película tradicional. De esas que, sí, seguro, nos pueden hacer decir que nos encanta ir al cine, para luego enseguida darnos cuenta de que en realidad nos encantaría volver más seguido a ver películas como esta. Pero hay pocas. Lo que queremos, sí, seguro, es que las publicidades que pasan antes no sean tan pero tan pero tan estúpidas, horribles y nefastas (una de unas hojas escolares, otras de un sitio de apuestas, otra de una cerveza sin alcohol). ¿No éramos un país con buena publicidad? Lo que queremos, sí, también es saber quién dirige las películas, que nos lo digan en el trailer. Pasaron un trailer de una biográfica sobre Bob Marley, un trailer feo y banal que no nos informaba quién dirigía la película. Nos quedamos con Los que se quedan, una película de Alexander Payne, una película de autor, una película de dolores varios.

En la columna anterior (link) les contaba que estaba por viajar a un festival en Serbia, a unos 200 kilómetros de Belgrado, cerca de la frontera con Bosnia y Herzegovina. El festival ocurre en el lugar en donde vive Emir Kusturica, que se dice “Kusturitsa”. Ese lugar es Mecavnik, o Drvengrad, cerca de Mokra Gora y el festival se llama Kustendorf, y el lema del festival de este año fue “Not Surveillance, Cinematography!”; es decir, “no vigilancia, cine”, en referencia al uso de las cámaras: al final del hermoso catálogo viene para despegar un “tapa cámara” para la computadora.

Hace un tiempo se me ocurrió ver algunas películas nada más que por la necesidad de ver películas y no por la necesidad laboral de ver determinadas películas. Parafraseando a Pauline Kael, necesitamos ver películas (ella decía que seguíamos yendo al cine porque “necesitamos ir al cine”). Y mi imagen mental de Pauline Kael conecta, alguna vez sabré o explicaré por qué, con mi imagen mental de Agatha Christie.

Vi Nope de Jordan Peele hace pocas semanas. Fue un desconcierto soleado, de campo abierto pero con montañas, de los buenos. Los chistes con la negación pasan por la cabeza y los niego, pero a fin de cuentas Peele también es un buen comediante y a la negación hay que usarla. Así que aclaro que no pienso leer todo lo que se haya escrito sobre la película, que debe ser un montón, o no, porque quizás mucho de lo que aparece como escrito se haya generado sin escribir, uno ya no sabe en estos tiempos. Como siempre o casi siempre siguiendo a Pauline Kael, dejaremos aquí algunas impresiones personales, que para la objetividad están los objetos y ni se me ocurre objetarlo.

Cuando en El Amante hacíamos el balance de cada año esperábamos a que terminara el año en cuestión para evaluar los estrenos y decidir los listados. Hoy en día Spotify te manda “lo que más escuchaste en el año” cuando falta más de un mes para que termine, cuando falta casi un diez por ciento del año. ¿Es grave?; no, es gravísimo. En El Amante, además, cada uno de nosotros elegía la peor película del año entre las estrenadas en los cines del país. ¿Se trataba efectivamente de la peor del año? Bueno, ya no sabemos ni lo que es el año ni del todo lo que es un estreno, pero podemos intentar entender lo que significaba para varios de nosotros la peor película del año: se trataba de aquella que representaba de forma relevante el mal uso de ese arte que queríamos y queremos tanto, el cine.

Elizabeth Maresal Mitchell nació a principios de 1974, así que en septiembre de 1985, cuando un montón de cocaína cayó en medio de la naturaleza en Tennessee y un oso terminó muerto por ingerirla, ella tenía once años. Quizás haya leído sobre el asunto en el diario, o probablemente lo haya pispeado por televisión, hasta distraída, saliendo de su casa hacia el afuera de los ochenta. O quizás ni se enteró. Lo que es seguro es que Elizabeth fue una niña y una adolescente en los ochenta, cuando el cine que se ofrecía hasta tenía personajes nuevos año a año, cuando las cosas eran más aireadas. Y cuando había en el cine pantallas más grandes y salas con más butacas, y películas con más desenfado y más energía y la cultura popular se entendía como tal y no se la confundía con lo meramente masivo. Mucho tiempo después Elizabeth pasaría a formar parte del cine, o mejor aún parte fundamental de la comedia estadounidense, sobre todo a partir de Wet Hot American Summer, de 2001. Y la conoceríamos como Elizabeth Banks, flaca y muscular. Elizabeth dirigió Pitch Perfect 2, la mejor de las tres, y actuó en un montón de películas, hasta en varias de Los juegos del hambre.

“Entiendes mucho más que yo a este mundo y sus criaturas”, cantaba Miguel Mateos en Obsesión, hace más de treinta años. Y yo sinceramente escucho creaturas, chequearé en el casete al llegar a casa o en unos días, pero por ahora -en las primeras búsquedas en internet- la letra dice criaturas. En el disco que llevaba el mismo título de la canción -antes decíamos homónimo- Mateos continuaba con la idea, o con su propio zeitgeist, o con su propia reacción que ya estaba presente en el disco doble Solos en América: sus nuevos discos y su grabación y su estética iban a ser algo así como panamericanos, sobrevolando desde los coros en inglés, más bien inglés americano, de los Estados Unidos de América, abarcando Los Ángeles y Miami; total a Mateos, tremendamente exitoso con Rockas Vivas, en Argentina no lo trataban del todo bien los del “palo del rock” y/o los intelectuales, o los “intelectuales”, como quieran. Así que bien podían seguir despreciándolo y ahora agregar a las objeciones frente a Mateos el sempiterno rechazo a Estados Unidos en general y a Los Ángeles y Miami en particular.

Veo películas, como siempre, algunas ya terminadas, otras que están en proceso de terminarse. Veo algunas películas de ficción e incluso capítulos de una serie (Boardwalk Empire). Y las agrupo en un conjunto: obras que tienen como uno de sus principales atractivos o encantos el transcurrir en el siglo XX. Veo también un conjunto de documentales: los que transcurren en el siglo XXI son sobre vidas cascadas, abolladas o vidas aisladas. Y los que transcurren en el siglo XX son sobre figuras paradigmáticas en general del arte que ya han muerto y que los propios documentales se encargan de decir -o de sugerir, o de evidenciar- que no tienen herederos o sustitución.