Lunes. El lento terror de la pandemia y los medios. El cansancio audiovisual. Lo más fácil y abundante de obtener es el Mal, decía Hesíodo. Para mí se equivocaba.

Más tarde. Despunte invernal de la reclusión. Nueva normalidad, sin muchas cosas nuevas para decir, la verdad...

Martes. Entré en un viejo blog a leer un viejo artículo. El noventa por ciento de los links están caídos, o conducen a lugares que ya no existen. Después soñé que iba a un restaurante y no podía pagar. Ya ni mis sueños de castración tienen sorpresa. “Casi todo de aquí, sólo lo mejor de allí” decía Tom Lupo. Aquí y allí son lugares muy claros en la frase pero podemos pensar otras variaciones. Aquí podría ser el siglo XXI y allí, el siglo XX. Aquí podría ser la letra y allí, la experiencia. Aquí podrían ser los libros, y allí, la web. O al revés. Etcétera.

Más tarde. Leer en sí mismo es lo que genera el acto de fragmentar. Y la lengua es lo que taxonomiza. Bueno, descubrí la pólvora.

Miércoles. El problema de la conciencia es que nunca se baña dos veces en un mismo río. También vendría bien señalar que una parte del proceso dialéctico de acceso a la conciencia que hay que transitarlo sentado. Y la conciencia acuña conocimientos parciales, nunca saberes universales. Esos queda para la ética o para Dios. Y se sabe que Dios nunca da vuelto. En su poema Un viejo pozo, el poeta coreano Kim Sa-in dice: “Escribo que soy como una vieja araña,/un cuenco quebrado que descansa en el jardín de una casa vacía.”

Jueves. No hay filosofía que no sea pop. La más trágica, dramática y hermética forma de pensar siempre guarda una arista o un momento para el ridículo, la risa o la frivolidad. Pop is God. Paso la cuarentena leyendo a Barreiro dibujado por Alcatena, por Noe, por Solano López, por Giménez. Es el estado más directo de la narración. No hay protocolos, no hay tiempo, todo es ritmo, ir para adelante. También descubro que Barreiro era más bien un escritor nocturno. Quizás por eso se lleve tan bien con la cuarentena. Y no me olvido que Juan Giménez murió hace poco por el covid.

Más tarde. Los dibujos en colores puros de García Durán no son mis preferidos. Pero me remiten directamente a Columba y a Wood. Es simpático ver a Barreiro jugando en esa liga, con ese dibujante. Barreiro y Wood tienen puntos de contacto pero son diferentes. Wood es la máquina, el obrero, el caminante noble. Barreiro escribe desde el desempleo, cierto desesperación, una sensibilidad más del cine negro y el café. Los dos son escritores centrales del siglo XX. En la serie de Checker man, publicada en la revista Fantasía durante 1993, Barreiro dice que, en un futuro no muy distante, o más bien un mundo paralelo, los terroristas atentaron contra las Torres Gemelas.

Viernes. Escribo porque tengo una esperanza banal. Con más signos, con más marcas, espero ser más preciso. Sé que no es así. Y entonces caigo en un nihilismo muy porteño, argentino, católico, militante, y ya desconfío de todo. Desconfío de que menos palabras va a ser mejor, de que más palabras va a ser peor, y entonces escribo y eso me da placer. Me entrego a ese placer, al placer de rotular, al placer de acopiar, al de producir, el placer de proyectar y concretar y así dejo de pensar en todo lo que va a pasar después, o sea, en la lectura, o en la pandemia, o en el futuro. Escribo para olvidar lo que escribo, para publicarlo o abandonarlo, y que otros, los lectores o el olvido, se hagan cargo de esos signos, de esos reflejos de piedras, de esa mugre sutil, ese infame resto de tierra.