Lunes. La conciencia se transformó en una especie de commodity pero si la querés apurar, la transformás en paranoia y siempre te quedás afuera. Pero ¿afuera de qué? Afuera de la conciencia para empezar y afuera del negocio de la conciencia para seguir. Pero esa opacidad, después de todo, ¿no genera un goce? La paranoia como la droga dura, el estadio superior, de la droga blanda del narcisismo.

Más tarde. El cansancio de no hacer nada, de no ir a ninguna parte. El cansancio digital.

Martes. Me despierto al mediodía y todavía dormido escucho las sonatas de Prokofiev. Ya me acostumbré al silencio. Poco tráfico, casi nada. ¿Cómo vamos a volver al ruido de la rutina porteña?

Miércoles. Leo El otro lado de la noche de Héctor Maus, editado por Azul Francia. Hice una compra digital de la obra de Ricardo Barreiro y también sigo con eso. Son más de sesenta comics, entre series y unitarios. La similitud entre los nombres de Ricardo Barreiro y Ricardo Barreda me confunden. Es posible que fueran dobles.

Jueves. La cámara de seguridad de una joyería de la ciudad de Canela, en Brasil, captó el momento en el que un tullido asaltó el local usando una pistola con sus pies. Un titular: “Brasil: ladrón sin brazos asaltó joyería con arma sujetada con sus pies.” Más: “El video, que se hizo viral, ocurrió en el centro de la ciudad brasileña de Canela, en la región de Río Grande del Sur.” El video resulta bastante particular. Conlleva cierta morbosa alegría.

Viernes. Sueño con una víbora podrida, cuya carne es peor porque se deshace. No tiene cabeza. El sueño más banal de castración. Cuando era estudiante leía que el flâneur andaba y sentía el spleen. Pero nosotros, pobres sujetos del siglo XXI en cuarentena, ¿cómo vamos a llamar a nuestro precario hastío? Pobres en experiencias, pobres en narraciones, la peor pobreza.