Lunes. El sábado a la una de la mañana entré en una sala de cine de Belgrano para ver 1917. Me gustó. Una película “como las de antes”, cine clásico, aunque con las artimañas de ahora. Buenos momentos de acción, justos momentos de sensibilidad y comunión. Buena trama simple que no se demora en nada: a un hombre se le pide que haga algo muy difícil. Lo hace y eso lo transforma para siempre. Desde ya, está excelente y virtuosamente filmada. Pero esa destreza funciona con buenos actores y buena trama. No recuerdo qué crítica se le hizo. Quizás que no nos ilumina de forma romántica sobre nada, tal vez repite lo que ya sabemos. Pero el momento en que el soldado nada entre los cuerpos muertos que flotan, la desprolijidad general de la guerra, lo azaroso de las muertes y los combates, me parecieron decisiones muy acertadas, líricas, dignas de admiración.

Martes. De la pregunta por el Ser pasamos a los reclamos por las apariencias. “Quiero ser percibido como una mujer” no encierra la demanda de “quiero ser mujer.” ¿Movimiento de liberación o de sojuzgamiento? Hablar de la certeza de las apariencias es una formulación demasiado contradictoria.

Miércoles. Se cumplieron en estos días noventa años de María Elena Walsh. Nunca me gustaron sus canciones. No leí sus poemas ni nada más que haya escrito. Pero las redes se llenaron de frases. Rescaté esta: “La lectura no da plata, no da prestigio, no es canjeable, no sirve para nada. Es una manera de vivir, y los que de esa manera vivimos querríamos inculcarla en el niño y contagiarla en el prójimo, como buenos viciosos.” Desde ya es una frase jocosa, hay que leerla con ironía. María Elena está haciendo un chiste. Como humanista rezagada, confía en la lectura, en su horizonte humanizador, en su potencia iluminadora. Pero yo opto por leerla de forma literal. Y entonces, sacando la sonrisa, aparece algo oscuro, una sombra. Cuesta. Hay que hacer un esfuerzo. Ayuda cambiar la palabra “lectura”, por ejemplo, por la palabra “cocaína.” La reescribo así: “La cocaína no da plata, no da prestigio, no es canjeable, no sirve para nada.” También podría sustituirse “lectura” por una enfermedad infecciosa, por ejemplo, sífilis o sida: “El sida es una manera de vivir, y los que de esa manera vivimos querríamos inculcarlo en el niño y contagiarlo al prójimo, como buenos viciosos.” Con estos horribles reemplazos, la idea progresista y pícara de Mara Elena se transforma en otra cosa, y esa otra cosa, me parece, está más cerca de mi propia percepción sobre qué es la lectura y en qué nos convierte. Supongo que los dos extremos están errados, pero la ética del progresismo no me parece peor, o para el caso menos fraudulenta que la ética del estrangulamiento morboso.

Jueves. Vuelvo a leer la frase de María Elena Walsh. Una frase dicha como un chiste ameno y citada como tal, finalmente, no resulta tan doméstica. “La lectura no da plata.” Bien, es verdad, nadie recibe dinero por leer un libro ya editado comprado en una librería, pero puede ser una profesión. Se puede vivir de leer para una editorial, para la docencia, largo etcétera. “No da prestigio.” Bien, esto también es ambiguo. El conocimiento da prestigio, incluso el acto mismo de leer, de tener libros, de dejarse ver en relación a los libros da prestigio. Pero el tema central es el de la adicción. Ahí hay algo que no me resulta tan simple y desentrañable como parece a primera vista.

Más tarde. Mavrakis en Twitter: “Legislar sobre la estupidez de las personas es un camino infinito.”

Viernes. Me tomó un café con leche en el Café Harvard de Once. Leo, miro las mesas. Afuera se nubla. La televisión del bar, colgada en una esquina, no tiene sonido. Como decía Federico, a mí me gusta acá. Después de eso, paso por la Facultad de Psicología de la UBA, hago unos trámites, voy al baño y saco una foto de una puerta llena de inscripciones. En una se lee: “El psicoanálisis es heteropatriarcal, falocentrista y machista.” En otra se lo trata de pseudociencia. Alguien responde: “Los estudios de género son seudociencia.”

Más tarde. El rechazo del humor es producto del miedo, que a su vez deriva de problemas para simbolizar. Se suele asociar el humor a la inteligencia pero más bien se trata de la habilidad para entender más allá de lo literal. Hay una hermenéutica en el humor. El lector literal no la capta. Las redes sociales democratizan el acceso a la discusión pública pero de ninguna manera garantizan capacidad hermenéutica. La capacidad hermenéutica demanda al menos un poco de conciencia y algún tipo de habilidad dialéctica.

Sábado. Algunas veces son las hienas las que cazan y los leones los que aceptan la carroña.