Lunes. Leo una entrevista al italiano Diego Fusaro. El editor elige resaltar esta frase: “Muchos tontos que se dicen de izquierda luchan contra el fascismo, que ya no existe, para aceptar el totalitarismo del mercado.” Después en Twitter, lo veo respondiéndole al idealismo torpe de Saviano. Fusaro fue un descubrimiento de Mavrakis. Lo voy a seguir. Entiendo que ve las cosas que vemos nosotros. (Después lo relacionamos con Duguin. Macke y Richards escribieron sobre Duguin en Crisis. Hay afinidad, es la línea. De hecho Fusaro también reelabora a Heidegger para hablar de política y poder financiero. Mavrakis apostrofó que, al final, Heidegger fue el que dijo todo lo que había para decir.)

Martes. Otra escena de lectura que recordé ahora y que debería haber escrito antes. En una aula llena de alumnos de Filosofía y Letras, Jorge Panesi, en ese momento, si mal no recuerdo, jefe del departamento de Letras, da una clase de la cual no se entiende nada. La materia es Teoría y Análisis Literario, Cátedra C. Panesi cita muchos autores, Derrida y otros franceses. Fuma mientras habla. Es aburrido, afectado. ¿Qué año es? Supongo que 1995 o 1996. En un momento dice: “nosotros, como ellos, también somos huérfanos de una disciplina.” ¿Por qué? La frase me quedó. ¿Quienes son ellos? ¿Quienes nosotros? No se trata de una lectura que hago yo, sino que hizo Panesi. Hoy escribo esa frase y entiendo que propone un duda interesante, casi un desafío. Nosotros ¿somos los críticos? ¿Somos los lectores? ¿Somos los que realizamos la “teoría literaria”? ¿Somos los académicos? Siento la orfandad cuando me presento como lector, pero no cuando me presento y me asumo como crítico. Desde ya, Panesi no formaba críticos, sino teóricos. Creo que esa es la clave. Por otra parte, siempre hay padres dispuestos a adoptar un scholar ingenuo. La historia argentina está llena de hijos putativos y candidatos a bastardos.

Miércoles. Echo en falta leer ficción de escritores contemporáneos y hacer reseñas. Es una gimnasia que cuesta pero también fortalece y resulta positiva. Pero ¿qué fortalece? ¿Positiva para quién? Un crítico no debería hacerse estas preguntas. Antes mejor es reseñar y luego callar. En Tinder leo la siguiente definición: “Quiero conocer a alguien que no tenga miedo a mostrarse tal cual es. En la medida que sea posible construir una relación seria, honesta y sin caretas. Adoro a los perros. Amo bailar. Soy detallista y romántica.” ¿Qué leo ahí? Los perfiles de esas aplicaciones son los verdaderos géneros menores de la actualidad. Si hubiera querido fabricar el lugar cero de la descripción habría sido algo así. También desde ya, aparece su parodia. (Los verdaderos géneros menores son fáciles de parodiar pero difíciles de crear. Siempre hay una última duda.)

Jueves. En 1949 Pollock pintó su Number 8. En la web está el cuadro completo con unos colores, pero también hay un “detalle” con otros colores. Los colores del detalle me gustan más. Se pueden ver como dos obras diferentes ya. Muy bellas ambas. Reparé en esto porque Thomás Riffe uso el detalle para ilustrar un artículo que escribí para Revista Paco. También me hizo recordar que escribí una nota para los sesenta años de la muerte de Pollock. Debería actualizarla y agrandarla hasta que sea un libro. Navegando un poco más, me di cuenta de que Pollock es exactamente lo contrario de Rothko. Que sus nombres sean parecidos me genera cierta risueña perplejidad. Son dos maneras de ver el mundo. Una vez mi viejo me dijo que si mirabas mucho el Autumn Rhythm (Number 30) que Pollock pintó en 1950 empezabas a ver los caballos y los jinetes de una batalla. Y es verdad. Hoy el cuadro está en el Moma. Hace dos años mi hija fue a New York, lo vio en persona y me mandó una foto. Debería ir a verlo. Me emociono de pensarlo. Creo que sería algo importante para mí como escritor.

Viernes. Cuando Abe Simpson se transforma en un rompehuelgas veterano le dice al señor Burns una frase que Pato Erb agarró al abuelo y que, de una manera muy densa, nos contiene. No por lo rompehuelgas, desde ya, sino por el mecanismo. Tampoco se me pasa que los viejos rompehuelgas están vestidos como camisas pardas. ¿O veo mal? Abe dice: “No podemos romper huesos como antes, pero tenemos nuestros métodos. Un truco es contarles historias que no llevan a ningún lado, como cuando tomé el tren al pueblo de Popolocos.” Sí, Abe, contarles historias, pero no cualquier historia, contarles historias sin sentido, sin moraleja, sin final, historias que no llevan a ningún lado. Ese es el método.