Lunes. Fin de semana atroz. Anginas, dolor en la garganta, cansancio. El sábado viene el médico, un japonés de apellido Ishi. El doctor Ishi. Le abro la puerta. Me saluda con distancia. Yo me siento acabado, exigido, frágil. Mucha fiebre, dice. Me siento caliente, incinerado, la boca, hervida. Se lo digo. El japonés no responde. Escribe la receta del antibiótico. Se va con una reverencia. Salgo a la farmacia. El farmacéutico es un joven envejecido de forma prematura que se mueve muy pero muy lento. Imposible leer nada así, cuando uno siente los ojos cociéndosele en el cráneo.

Martes. Voy a trabajar sin haberme curado del todo. Es un error. Me mareo. Trabajo igual. Qué me importa, pienso. Me pongo a leer unas El Tony y Fantasía que tengo que reseñar y se me empieza a ir el dolor de cabeza. Qué bárbaro.

Martes, más tarde. Breve lectura de Jellyfish, diario de un aborto. Godoy es virtuoso escribiendo y se maneja de forma sólida con un tema complicado. La voz es la que tiene que ser. La novela no es fallida. Para nada. Al contrario. Pero justamente por eso me expulsa un poco. No soy, no podría ser jamás, la “joven lectora abortista” a la que se refiere de forma irónica, o no tanto, Yaki, la protagonista. Quizás no sea una novela sobre el aborto, sino sobre la juventud, el cuerpo y la ley. Desde ese punto de vista, el semblante del libro cambia. En un momento habla de Piglia, que una vez dijo, en una entrevista, que no quería tener hijos para dedicarse a la literatura. Me acuerdo que Fogwill le respondió y lo trató de estéril. Voy a retomar ese diálogo, que nació trunco. Los dos protagonistas están muertos. Y yo soy padre y escritor así que tengo algo para decir. Aunque supongo que la forma de destrabar el ovillo es pensar en Beatriz Sarlo. Podría ser un ensayo sobre paternidad y escritura, o mejor aun, sobre maternidad y lectura. Volviendo a Jellyfish, diario de un aborto se nota el trabajo con la información y el ritmo. Ambos esfuerzos generan adhesión. Creo que se trata incluso de un libro útil. El final detona toda ironía o distancia.

Miércoles. Cien años del nacimiento de Eva. Me acuerdo que hace mucho tiempo ya, más de treinta y cinco años, me quedé a dormir en la casa de mis tíos. Era una casa de dos ambientes en Ramos Mejía. Mis tíos eran muy noctámbulos así que estuvimos en el jardín, charlando, hasta tarde. Me acuerdo que fue durante el verano. Cuando me mandaron a dormir, me metí en la cama que estaba en el living pero me quedé despierto. Desde donde estaba lo veía a mi tío en la cocina. Había puesto la pava al fuego. En un momento agarró un almanaque que había en la pared con la imagen de Eva. Lo miró y se lo apoyó en el pecho. Después se sentó y se quedó esperando en la penumbra a que el agua se calentara.

Jueves. Día sin lecturas, de dispersión, y así y todo logro leer. Leer un poco. Leer apenas. En Plaza Congreso, balearon a un diputado y su acompañante. El diputado quedó herido. El acompañante murió. La sociedad, horrorizada. Más tarde, Cristina va a presentar su libro de memorias en la Feria del Libro con una movilización masiva. Compré el libro que leo de a poco y pienso reseñar. (Aunque en Crisis salió una nota bastante buena ya, escrita por Robles.) Sí, el libro y la masa. Que Dios la cuide a Cristina.

Jueves, más tarde. Enfermo no se puede leer. Para leer hay que estar sano porque leer es un acto de intoxicación.