Lunes. 31 de diciembre. El mejor momento del año. Un ciclo se termina. El clima es el adecuado, cálido, algo húmedo. Hoy sol. Sigo leyendo a Pound. Reviso Historia nocturna de Carlo Guinzburg.

Martes. 1 de enero. Vuelvo en bicicleta. Siento el olor del verano en Buenos Aires, esa humedad, algo mecánica, algo residual, al mismo tiempo fresca, liberadora. Pero ¿liberadora por qué, de qué? De las obligaciones de lectura del año. Ya hace mucho tiempo, décadas, que eso no funciona así para mí. Ya no estoy inmerso en el sistema escolar, universitario, o lo que fuera que me pudiese reglamentar las lecturas. Sin embargo, la sensación persiste.

Miércoles. Napolitano me manda unas citas de Sun Ra, entre ellas, esta que dice: “Una raza necesita payasos. Creo que las naciones también necesitan bufones, en el congreso, cerca del presidente, en todos lados… Pueden llamarme el bufón del Creador. Todo el mundo, las enfermedades y la miseria, todo es ridículo.” Recuerdo, como quien recuerda una astilla, que estoy escuchando poca música. Nada de música, en realidad. Y eso es una pérdida grave.

Jueves. Leo demasiado del teléfono. La actividad surrealista. “Leer el teléfono.” ¿Es malo? No. Pero el teléfono viene con sus propios géneros, propone otra cosa. O mejor sería decir impone. ¿Pero qué impone? Los géneros la fugacidad contemporánea. La de la pequeña pantalla es una lectura sensual, a-histórica, sistemática, anti-tradición. No es mala per se, pero sus límites son muy claros. Una biblioteca que es un infierno antiborgeano, porque nada queda, todo se evapora, se destruye, desaparece. Pero algo aparece como el Gran Amo, el Gran Poder Humano: el deseo de leer, no importa qué, no importa dónde, no importa por qué.

Viernes. Juicios mediáticos sin pruebas, Bolsonaro pidiendo una ley que prohíba juzgar a policías por hechos en servicio. Así las cosas, desde la derecha a la izquierda, lo que se está demandando es que el sujeto moderno pierda sus derechos. Lo que se cuestiona es el Estado. La web no es ajena a esa demanda. La idea es que el Estado de derecho y las leyes no sirven, no nos protegen, y desde ambas bandas prefieren jugarse un pleno a ver qué pasa. ¿El costo? Bueno, siempre lo ponen los mismos. “No matar la palabra, no dejarse matar por ella” decía Germán Garcia. Me llega un meme útil. Arriba dice: “Todo el que piensa diferente a mí es Hitler.” Abajo: “Guia infantil para la discusión política on line.” Y sobre el fondo de un arcoíris de frivolidad y alegría, un Führer de traje marrón salta feliz.