Lunes. La semana pasada compré los nueve tomos de la Historia de la literatura argentina de Rojas. Había estado googleando y leyendo su biografía en Wikipedia y Mercado Libre me los ofreció. Los compré casi sin pensarlo a 1500 pesos los nueve tomos. Cuando me fijé quién era el vendedor, leí que se trataba de la Librería Ávila. Se dice que es la más vieja de Buenos Aires. Llegué el sábado al mediodía, afuera llovía, me envolvieron los libros. Fue casi un trámite. Esa tarde, en un viaje en colectivo, leí todos los textos introductorios del primer tomo. Cuando me bajé del colectivo y caminé por las calles de Nuñez me di cuenta que había adquirido una pequeña obsesión más. Sentí un poco de vergüenza de que un viejo intelectual polvoriento, un poco olvidado, lleno de fe en la cultura letrada y con una prosa ripiosa y anacrónica, me levantara tanto el ánimo.
Lunes, más tarde. Robles me manda un mensaje: “Hoy Clarín se llenó de acosadores, nazis misóginos y tipos en pija. Después agrega: “Titular del mes: Viajó a la India para hacer yoga contra la depresión y terminó decapitada.” Otro titular: “Les mostró los genitales a dos chicas en el tren Sarmiento, lo filmaron y quedó detenido.” Otro más: “La justicia alemana detuvo a una abuela nazi que estaba en fuga.” Aparte vuelvo a leer un ensayo breve de Fogwill sobre el valor de la filosofía.
Martes. Me llega un correo: “Cursos Online Neuromarketing, Neuroventas, Neurogerencia, Marketing Digital, Endomarketing.” Por la tarde Macri avisó en cadena nacional que la Argentina vuelve a pedirle plata al FMI.
Miércoles. Tomé un colectivo de la línea 65 y el chofer era muy parecido a Camilo José Cela. Los lentes, el cuello de tortuga, la calva. Estuve tentado de sacarle una foto pero cuando me decidí frenó y comenzó a gritarse con una automovilista. Entendí que había tocado el auto. Una pasajera le dijo que estaba manejando de forma agresiva. El falso Cela bajó a cambiar temas del seguro. Durante el viaje leí a Rojas. Después, en el barrio, saqué fotos de Rivadavia, tratando de captar la emoción empática que me da leer “Avenida Rivadavia” en algunos carteles.
Miércoles, más tarde. Hace un mes que llueve en Buenos Aires todos los días. Hubo un poco de sol el fin de semana. No tengo recuerdo de un clima así. Todo está húmedo. Escribí un poema: “Vi al astronauta en llamas/ caminar despacio, como si saltara,/ una vez más, en el polvo lunar./ El fuego también era lento/ y un burócrata/ esperaba un taxi que/ nunca iba a llegar.”
Jueves. Leo que Gran Bretaña y la Argentina “empezarán a controlar en forma conjunta la pesca en el Atlántico sur.” Es un problema ideológico pensar que arrodillarse es una forma de negociar.
Jueves, más tarde. Preparamos un taller de lectura con Robles. ¿Cuál es el temario? Astronautas perdidos. Planetas de ansiedad. Naves espaciales abandonadas. Pantallas transmitiendo en todos los idiomas. Crítica del costumbrismo marciano. Postales subjetivas de lo que se viene. Robles me recuerda la frase de Burroughs: “Cuando se cortan líneas de palabras el futuro se filtra.”
Viernes. Entre 1912 y 1914, Prokofiev escribió estos cinco momentos para piano que no llegan a ser una sonata. Les puso Sarcasmo. El nombre y la obra son modernos. Eric Hobsbawm señaló que en 1914 empezaba el siglo. The short twentieth century. Prokofiev fue adicto al juego. Se dice que al poker, al bluff del poker, a la mesa, a las fichas, a la apuesta. Entre ese siglo XX que empezaba y el ludópata genial que componía se pone en valor la belleza de estas disonancias rítmicas. La RAE: “Del lat. tardío sarcasmus, y este del gr. σαρκασμός sarkasmós. 1. m. Burla sangrienta , ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata a alguien o algo.” Sangrienta. Es metáfora. Pero ¿a quién o a qué maltrata? ¿Y por qué?