Lunes. “El fenómeno que examinaré es muy difundido y muy obvio, y sería imposible que otros no lo hubieran advertido, al menos ocasionalmente” dice Austin en Cómo hacer cosas con palabras. Cambié la silla en el trabajo con la esperanza de erradicar del todo el dolor de espalda, que es ya un residuo pero no por eso resulta menos molesto.

Lunes, más tarde. Compro por Mercado Libre Hacia Ecuador, un libro de viajes de un tal Joseph Kolberg. Lo paso a buscar por un décimo piso en avenida Callao, a metros de Corrientes. El hombre, amable, que me lo vende siente la necesidad de decir: “Me gusta la montaña. Tengo muchos libros de montaña.” La frase me deja pensando en mi pasión -infantil, genuina- por la llanura. Cuando hojeo el libro, que es todo sobre Ecuador, encuentro un dibujo de la flora acuática de las Malvinas. No es muy vistoso y prefiero el de jaguar que hay más adelante.

Martes. Debería escribir una página sobre la dispersión y la concentración en el oficio del escritor, pero quizás también para cualquier oficio. Son temas con sus ramificaciones. ¿Qué es la dispersión? ¿De qué está hecha la concentración?

Miércoles. Leo De vencedores a vencidos, la tesis de una socióloga argentina en Brasil de la que no retengo el nombre. Repaso La tarea, de William Burroughs.

Jueves. No sé.

Jueves a la noche. “Cómo hacer cosas que no suenen tan ingenuas con palabras” sería otro buen título.

Viernes. Leo esta frase en un artículo: “Los liberales nos ofrecen la fruta mientras talan el árbol.”