Lunes. Un día ya de verano, lo cual me predispone bien. Compré libros, muchos. Paso un detalle: Ameghino. Ensayo sobre su vida y su obra de un tal Tasca Giordano Bruno. (¡Qué nombre!), A través de la Patagonia de Henry De La Vaulx, El problema de las generaciones literarias de Cambours Ocampo, Extractos de un diario (1908-1928) de Charles Du Bos, Los Maestros Cantores, poesía alemana medieval, bilingüe, Poderío de la novela de Eduardo Mallea. Hojeé el de Cambours Ocampo y tiene un comienzo prometedor: “Nada más esquemático que este libro -esquema de esquemas-; nada más peligroso que tratar de ubicar a escritores argentinos contemporáneos, y en muchos casos, a futuros escritores. Sabemos de memoria los riesgos que tiene esta nueva manera de ver e interpretar la historia literaria. Los argentinos estamos acostumbrados a escribir sobre las tumbas; a esperar que la muerte entregue sus fichas amarillas como una contraseña de la impunidad crítica; a no plantear el aquí y el ahora, a olvidarnos del presente y del futuro, por comodidad y cobardía.”

Martes. Me pido una semana de vacaciones en el trabajo. Me la dan. El mismo día me levanto con unas anginas que llenan la boca de un espantoso gusto a muerte. Viene el médico. Sí, son anginas. Me receta antibióticos. Paso una noche llena de dolor. Tengo alucinaciones auditivas y sueños fragmentarios con Malvinas y Baudelaire. Me doy un baño. El agua caliente me hace bajar la presión al punto del desmayo. Siento el cuello inflamado. No puedo tragar ni dormir. El antibiótico va lento. Cuando logro estabilizarme un poco, alejar la fiebre, siento que me voy a morir y leo la biografía de Baudelaire. Porché tiene que escribir muy bien, realmente, para que lo pueda leer un enfermo aturdido.

Martes, más tarde. Sigue la fiebre. A la tarde con sudoración extrema, mocos y dolor de garganta. ¿Y el efecto del antibiótico? Por ahora pobres resultados. Una mejora en los dolores corporales, un poco menos de dolor de cabeza. Voy al baño, orino, me cambio la remera, me acuesto y a la media hora ya estoy empapado otra vez. Puedo escribir un poco pero me cuesta. Pongo la conferencia que dio Houellebecq sobre los intelectuales abandonando la izquierda pero la traducción simultánea hecha por una mujer me confunde. Respiro de forma pesada, como un mamífero desahuciado. Recuerdo momentos de felicidad en compañía de amigos o de mi familia. Estar enfermo es siniestro.

Miércoles. El antibiótico va lento. Me duele todo. Paso otra noche horrible, aunque un poco menos horrible que la noche anterior. Quizás esta noche sea buena. Por lo pronto la fiebre se hace intermitente. A veces tengo un poco, a veces nada. Pero ya no me quema desde adentro. En estado de debilidad extrema, lo único que puedo hacer es estar en la cama. Volví a ver Ha vuelto, que me parece una de las mejores películas del siglo XXI, el Cervantes que se merecía el tío Adolf. La escena en que Hitler descubre Wikipedia y llora de emoción me parece de una agudeza insuperable. Oliver Masucci hace un Führer a la vez magnánimo y humano con algo de ridículo asumido incluso en la pelícual. La visita al NPD es también increíblemente precisa y sugerente. Luego termino de leer la biografía de Porché. Es realmente muy buena, con algunos visos de sensiblería pero excusables. En algunos momentos mi propia enfermedad empatizo con el Baudelaire ya gastado, para nada viejo, pero sí muy dañado física y mentalmente, que esperaba la muerte. Qué dramático. Pero no sé estar enfermo, no tengo paciencia, me deprimo. A nadie le gusta estar enfermo pero no todos se deprimen y empiezan a vislumbrar el final. Baudelaire murió muy joven, a los cuarenta y seis años.

Jueves. Sigo mejorando muy de a poco. No hago nada. Estoy en la cama. Ya casi no tengo fiebre. Pero me mareo, pierdo fuerzas. Para colmo, afuera empezó a hacer frío. Leo el libro de Robert Lawrence, el guardia escocés, que peleó en Malvinas y en el Tumbledown recibió un tiro en la cabeza, sobrevivió, quedó lisiado y atravesó la peor posguerra. El libro intercala su voz con la de su padre y eso me molesta un poco pero las parte de Robert hasta ahora son muy buenas. Leer algo que te gusta siempre trae alegría.

Viernes. Pasé una noche mejor, al menos sin generar un charco de transpiración alrededor mío. La mañana, sin fiebre, aunque con debilidad, pero en un silencio perfecto que me ayudó a levantar el ánimo. También leo una noticia sobre una mujer que compró un vestido en Zara y venía con una rata cosida en un ruedo. Es el viejo hoax del cuerpo orgánico en el producto. Un dedo en un pote de crema, un ratón en una lata de Coca, una jeringa en un cartón de jugo, una oreja con pelos en un yogur. Esta versión seca, sin material líquido, que salta de la gastronomía a la moda, sin embargo, tiene su atractivo. Si ya volví a esta antropología de la miseria diegética, eso significa que estoy mejor.