Lunes. La ópera nace con el barroco. Y el barroco, aunque no lo parezca, es equidistante del romanticismo y el clasicismo. ¿Parece estar más cerca del romanticismo? Pero el artificio es la negación de la pasión y la subjetividad. La ópera resulta así siempre demasiado artificial. ¿Más o menos artificial que el teatro? Creo que más porque suma la orquesta y el canto. ¿Y el canto es más o menos artificial que la voz humana? Todo es artificial después del gruñido.

Pero la ópera lo es más. Siempre la ópera es más, más untuosa, más larga, más pesada, más alegre, más rápida, más llamativa. Wagner y la Gesamtkunstwerk, o la obra de arte total, una definición de las pretensiones románticas, pero la homogénea niebla blanca de sus obras, esas pasiones tan redondas, tan contundentes, y esos héroes trágicos ¿no recuerdan al menos algo del clasicismo? Cantar no es natural. Y mucho menos cantar frente a un abismo de desesperación y negatividad. Los pájaros cantan porque saben que si piensan, no podrían volar y caerían como frutas de plomo. Ahora bien ¿qué nos queda frente a la pérdida y la perpetua melancolía de la existencia? Por eso canta la soprano cuando la muerde el drama. Por eso los pájaros románticos vuelan sobre el abismo cantando. Los insectos no cantan. Vibran. Parecen hechos de vidrio clasicista. Pero las alas de una libélula recuerdan el vitraux de catedral. En ese sentido, los insectos son góticos. ¿O no lo son las armaduras negras y brillantes de los escarabajos? Hoy somos románticos, modernos, creemos en la pasión. Sin pasión no sabríamos desear. ¿Clasicismo, barroco? Solo como recursos, como accidentes pintados. Un momento contradictorio este donde la herejía desalmada es la ortodoxia previsible. La modernidad parece eso: una cantante sensual en su afonía. Pero igual resulta imposible pensarse solo modernos o solo románticos. Al almohadón duro de la modernidad se lo relleno con las hilachas del pasado. Con mis ideas sobre barroco, romanticismo y clasicismo debería construir algo. Pero ¿qué? ¿Una civilización, una cátedra, una religión, un Twitter, un tuit, dos? Sergio Massarotto me dice “una ópera” y yo pienso en una ópera argentina, que triunfa donde falla.

Martes. Conseguí unos poemas de Hölderlin muy bien editados. Una edición bilingüe. Ahora me voy al Colón. Mañana debería andar a caballo.

Martes, más tarde. Encuentro una foto de un veterano francés condecorado y deformado en la Primer Guerra Mundial. Son dos fotos en realidad. Primera, deformado con un maxilabio, una hipertrofia llagada como cara. Segunda foto, con máscara para ocultar sus heridas. Año 1920. ¿Real o fake? ¿Máscara sobre la máscara? ¿Historia sobre la historia?

Miércoles. Leyendo sobre la historia del piano encuentro el “Katzenklavier” o “Katzenorgel”, un instrumento musical imaginado por Athanasius Kircher. La cola de los gatos iba atada a una tecla. En caso de fabricar el instrumento, se recomendaba ordenar con responsabilidad el tono de voz de los gatos.

Miércoles, más tarde. ¿Acusaciones a Lacan de estructuralista? Qué pobre, hay que ir más allá y decir que es un tardopositivista.

Jueves. Beethoven escribió una sola ópera. ¿Por qué? Despreciaba el género, que seguramente le parecía mundano, incluso frívolo. Estoy seguro que lo hizo para molestar. Imagino una ópera que cuente la aventura del suicida chileno que se tiró a los leones. Los leones serían el coro. El chileno actuaría desnudo. Más tarde, Denis Fernandez me escribe por Facebook y me comenta que hay mil inscriptos en la carrera de escritura, o algo así, que se abrió en el UNA. Le respondo que si cada uno de esos mil inscriptos pudiera escribir media página en un fin de semana podría tener una novela de quinientas páginas para el lunes. Me responde que sería “ilegible, monstruosa.”

Viernes. Quizás el siglo XXI se extienda en la banalización de lo legítimo. Patricio Erb la llama: “la estupidez al frente de causas justas.” Y yo no quiero odiar, Señor, pero le existencia tiene un vocabulario demasiado preciso.