
Miércoles. Sebastián Napolitano: “La pregunta por los motivos es una pregunta tuya recurrente. Bueno, ¿para qué otra novela?” Es verdad. Siempre parto de ahí, aunque nunca tengo una verdadera respuesta a esa pregunta. Napolitano escucha y presta atención a todo. Tiene oído de músico para lo que habla con sus amigos. Es capaz de citar una frase completa dicha al pasar hace un año.
Jueves. Salimos temprano, de madrugada, hacia la costa. Aunque todavía es de noche, hay tráfico en la avenida Directorio. Después en la ruta 2, mucha niebla en el horizonte. Me gusta el paisaje. Me gusta la ruta al amanecer. Viajamos hasta la ruta 55 que nos cruza hasta Balcarce donde atravesamos el pueblo y vemos las montañas. Montañas en la llanura con una corona de niebla. Necochea nos recibe como siempre, una ciudad soviética de provincias, donde lo nuevo es viejo y lo viejo, señorial, y todo parece un poco roto y un poco polvoriento. Nos hospedamos en uno de los edificios de la avenida costanera. El departamento que alquilamos tiene vista al mar. Como estamos fuera de temporada la mayoría de los negocios están cerrados pero entramos en una librería que tiene juguetes, revistas de historietas y mangas. En un costado hay discos de vinilo y encuentro This is our music del Ornette Coleman quartet. (Si hiciera una película sobre Necochea, le pondría esa música, y Dios sabe que puedo hacer esa película, aunque sería aburrida y lo mejor sería esa música y los planos que pueda hacer del monumento a los caídos en Malvinas de Quequén) Carmelo entiende todo enseguida y dice que Necochea es como Mar del Plata pero peor. Nos hace reír.
Jueves a la noche. Muy cansados. Salió el sol y nos metimos en el mar. Yo por poco tiempo, pero mis hijos lo disfrutaron como si estuviésemos en enero. A la tarde, en otra librería, muy playera y llena de libros baratos y clásicos editados en rústica, compro una Meditaciones de Marco Aurelino. Pasamos por la feria del libro de la ciudad, que es muy chica, y compramos unas cartas para jugar un juego que se llama Mímica Octopus, pero no terminamos de entender las reglas.
Viernes. Un clima nublado y plomizo. Me gusta Necochea. Me gusta el marcado vacío que se genera fuera de temporada, sus edificios de cemento, su gris, su trazado urbano que muestra una ciudad que no fue. Me gusta la recoba y que, por momentos, algunas calles recuerden las perspectivas de De Chirico. Me gusta el optimismo ingenuo de los que eligieron el nombre del Hotel Miami, el supermercado Las Vegas o la panadería Venezia. Se dice que Necochea encontró su decadencia antes de conseguir su esplendor, Y eso se ve en la arquitectura y en la gente. ¿Brutalismo arquitectónico? Necochea inventó el brutalismo. Muchos viejos vinieron de Buenos Aires a disfrutar acá de su jubilación. La ciudad está partida en el zona de la costa que funciona en verano y el resto del año parece abandonado con sus negocios clausurados, los bares, uno o dos lugares de ropa abiertos y departamentos y casas vacías. Y la otra zona, la de las plazas, unas treinta cuadras tierra adentro, con un poco más de densidad poblacional durante el año. A la tarde, visitamos la Estación Hidrobiológica de Quequén.
Sábado. Presento la novela de Pilar. Hablamos de ciencia ficción, de estilo y de velocidad de la narración. Y yo hablo de los animales de la Estación Hidrobiológica y como discutimos con Carmelo la mejor forma de pelear cuerpo a cuerpo con el pez luna, un pez enorme y redondo que puede llegar a pesar más de cuatrocientos kilos.
Domingo a la noche. Viaje de vuelta. Ya en casa leo el Borges de Bioy. Es el libro que más me entretiene hoy y uno de los que más me entretuvo de la literatura argentina. La otra cara del universo borgeano. Después ceno arroz con huevos duros mientras miro un documental francés sobre Mussolini.
Lunes. Borges era un gran docente a la hora de escribir, de sintetizar, del glosar, de organizar un material, de tratar temas como la historia universal o la historia nacional, de imaginar variaciones, y finalmente un prosista excepcional del cual se podía y se puede aprender muchas muchos trucos sobre cómo escribir. Pero, y este pero es un pero importante, también venía con la trampa de los libros. La trampa de que todo lo que existe va a parar un libro, como decía Valery, pero, en su caso, que todo lo que existe está mediado por un libro. Y esto simplemente no es así. Resulta fácil constatar que es una trampa, que existen sentimientos, relaciones, hechos, padecimientos y victorias que no están mediados por libros. Pueden tener y nosotros podemos encontrar referencias librescas, pero la existencia ¿no es en sí misma algo que se presenta y de lo que hay que dar cuenta sin la ayuda sistemática de un libro? Muchas veces la idea de tradición sirve para poner en perspectiva lo que pasa, pero cuando aparece un libro, un título, una cita autoridad, un nombre propio, ese hecho se distorsiona. La academia funciona así, de forma borgiana. Viendo el poder que tiene Borges para escribir, leer y pensar no puede ser de otra manera. El antídoto es Roberto Arlt. También Sarmiento, y después está la calle. En realidad, casi cualquier autor que te saque de la Trampa Borges es bueno para salir de Borges. El tema es que eso requiere cierta convicción y fuerza vital e intelectual. Una vez un amigo que estudiaba filosofía me dijo: “En la carrera de filosofía es fácil saber si el docente leyó o no leyó más allá de la facultad, los que están presos de la facultad solo citan a Borges cuando hablan de literatura argentina.” Creo que el Borges de Bioy cumple esa función. Hay que leerlo como una apostilla de seiscientas páginas. Como un largo comentario, como una carta que trae una advertencia, como un episodio más de la anagnórisis literaria argentina.


