Lunes. El calor excesivo hace que los domingos sean inevitables y que los días de la semana se parezcan a un feriado.
Más tarde. Ayer, domingo, visita al MNBA donde en la entrada te piden una colaboración de tres mil pesos que te cobran, siempre que quieras hacerla, con un sistema electrónico. Es difícil decir que no, hay que imponerse. Así que pagamos. Y pasamos a ver la muestra que abrió hace poco con el tesoro del museo. Muchos cuadros, muchísimos, acomodados en plena yuxtaposición, sin orden cronológico ni estilístico. La idea me parece excelente, disruptiva y al mismo tiempo sinceradora de cómo apreciamos el arte. Hay un retrato de Fogwill, hecho por el grupo Mondongo, una fundación de Buenos Aires casi pegada al techo, el famoso cuadro Urano en casa IV de De la Vega… Recorriéndola, uno entiende la conexión que hay entre el buen pintar del siglo XIX y la figuración, incluso la más abstracta, del siglo XX. Nelson Rodrigues lo decía con precisión: “No hay nada más siglo XIX que el siglo XX.” Después Cecilia quiere ir a ver La vuelta del malón y lo analizamos y comentamos. (Como la muestra montada sin cronología ni orden, La vuelta del malón habla de la destrucción de las jerarquías. De hecho, el malón siempre está volviendo.)
Martes. Santiago Festa von Neufforge: “La imagen, creo que la usa Tolkien al principio del Silmarillion, son trenzas de música, de sonido. Dice que Iluvatar (Dios) iba creando todo a partir de ese Logos musical pero uno de los Valar –especie de arcángel– llamado Melkor (el diablo) empezó a usar una melodía propia y a medida que pasaba el tiempo ese melodía se iba haciendo más estridente, unísona y homogénea. Así arranca. Lo leí hace más de veinte años. Debería volver a agarrarlo.” Me gusta la idea de que el diablo le saca multiplicidad y variantes al mundo y nos impone su homogeneidad. Napolitano: “Lo primero que van a hacer las máquinas que desarrollen algo más o menos parecido a una consciencia es hacerse una pregunta por el sentido. Lo segundo es matarnos a todos.”
Miércoles. Leo libros que no me gustan, libros que considero libros malos. También hay que leerlos. Incluso diría que es ahí donde más se aprende.
Jueves. En 1923, el jockey Frank Hayes ganó una carrera en Belmont Park, Nueva York, a pesar de sufrir un infarto fatal en la mitad de la pista, mientras montaba. De alguna manera, su cuerpo siguió en la silla y cruzó la meta. En 1984, el comediante británico Tommy Cooper murió de un infarto en pleno escenario. El público continuó riéndose pensando que era parte del espectáculo. En Youtube, hay un registro fílmico de la muerte y las risas. Robert Williams, un trabajador de una de las líneas de ensamblado de Ford, fue la primera persona de la historia en ser asesinada por un robot cuando un brazo robótico lo golpeó en 1979. Las dos primeras narraciones se parecen, la tercera no, aunque las tres hablan de muerte. Para escribir una buena historia habría que encontrar la forma de unirlas.