Sábado. Como los panfletos y las proclamas de antes, Twitter es el principal insumo de las guerras futuras.
Lunes. Encontramos con Carmelo unas postales en la calle, cerca de un tacho de basura. Alguien las descartó. Son todas obras modernas. Dos de Van Gogh, un Picasso abstracto y dos más de Rivera, que son las más interesantes. A Carmelo no le gustan mucho y la verdad es que a mí tampoco. (Las de Rivera son menos previsibles… Parecen más orgánicas, menos naifs, pero tampoco terminan de generar empatía o adhesión.) Es un arte intenso de épocas muy lejanas, ya superadas. “¿Y si los modernos no tuvieran razón?” se preguntaba Barthes.
Martes. Compré Temas existenciales de Guglielmini. Lo fui a buscar a una pequeña librería en una galería de Santa Fe y Pueyrredón. El hombre que me atendió y que tendría unos ochenta y cinco años tardó quince minutos en encontrar el libro. Fue gracioso. Yo no estaba apurado y el librero no me dejó entrar en la librería, así que me quedé afuera, del otro lado de un gran vidrio, viendo cómo revolvía ejemplares que tenía en su escritorio. Más de una vez agarró el libro de Guglielmini, y yo traté de hacerle señas o llamar su atención, pero no me miraba. Lo agarraba y lo dejaba en su lugar. Y seguía buscando. Después de un rato, lo reconoció con sorpresa. Una hora después fui a la Biblioteca Nacional a ver a Guillermo David y él me contó que en ese libro se cita una carta de Heidegger que nunca existió.
Miércoles. Noviembre. Un día a la vez.
Más tarde. Ayer, Premio Novela de Clarín en el MALBA. Buen catering. Ningún tipo de juventud. Sensación de gran cantidad de recursos y, al mismo tiempo, un final inminente. Tomé unas copas de vino, saludé. No me quedé a la premiación. Me llevé un ejemplar de la revista, que ahora es mensual. En tapa, la cara –muy grande– de Martín Caparrós que, enfermo, escribió un libro en Madrid para elaborar su propia muerte en un futuro cercano.
Jueves. Estoy terminando de corregir el mejor libro que voy a escribir en mi vida. Es de Malvinas. La mayor parte la hice escuchando música de YouTube. Cuando se termina un libro, cuando se lo da por terminado, comienza una escalera de etapas. Se lo corrige, se lo espera, se lo publica, y la sensación es de pérdida, de alivio, y va cambiando a lo largo de ese escalonando. Pero el momento en que se dice “bien, llegamos” es intenso.
Más tarde. “This might be the most human-like AI behavior yet.” La noticia cuenta que durante un demo de codificación, o una escritura de códigos, “anthropic’s developers” atraparon a una de sus últimas AI, de sugestivo nombre Claude 3.5 Sonnet, distrayéndose. ¿Cómo? En vez de estar trabajando, abrió Google y empezó a buscar fotos del Parque sorprendió a todos. “Entirely off-script.” ¿Estaba cansado el robot a esta altura del año y necesitaba un poco de aire fresco, una caminata entre árboles, lejos del ruido y las máquinas? ¿Se detuvo a pensar en unas posibles vacaciones? ¿O simplemente se hartó de los números y los códigos y decidió tomarse unos minutos para recordar que existe la naturaleza, los lugares salvajes, los cielos azules y las montañas?