Sábado. Edito una versión digital de Sociología de la guerra y filosofía de la paz de Astrada para subir al sitio del museo. Lo compré por Mercado Libre y la fui a buscar por Once, a un edificio de departamento que está justo enfrente de la Casa de los pavos reales, cuya preservación me devuelve la fe en la humanidad. Volví en el subte A haciéndome la pregunta sobre la novela. Siempre una novela más, una forma idiota más de la novela argentina…
Domingo. Hablo con mi madre sobre Carlos Astrada. Le comento mi ponencia en las jornadas. Hablamos de mi padre, del ser italiano, de su pragmatismo, de su rechazo por el gaucho, la melancolía, toda la paleta de mitos de la llanura. Enseguida me cuenta una anécdota. Ellos habían ido a Jujuy. Los había recibido una familia patricia, los hospedaron en su casa. Mi madre no sabía bien por qué. “Pasaron algunos años” me dice. La casa era colonial, muy linda. Pero parece que mi padre no estaba del todo cómodo. El dueño de casa andaba de bombachas. Mi madre: “Era medio paisano, como las familias pudientes de allá, tradicionales.” En un momento, el anfitrión lleva a mis padres a no sé dónde con su auto. Y le pregunta a mi padre: “¿Ustedes no usan bombachas en Buenos Aires?” Y mi padre, categórico: “No, a mí no me gusta disfrazarme.” Nos reímos. Después hablamos de Buenos Aires, la ciudad más importante de la región, la ciudad de la revolución, de donde partió la independencia del continente, la ciudad central de la frontera sur.
Lunes. El editor es muy dado a la masturbación. Más allá de su sexo, su género, su vida de pareja o su rutina erótica, el editor tiende a practicar con habilidad el placer solitario. Sí, cuando ya tiene algún recorrido profesional, desarrolla un gran instinto por la masturbación. Sabe cómo hacerlo, cuándo, dónde, y cuándo no y dónde no. Y siempre lo hace con la máxima discreción. Creo que los escritores, los traductores, los diseñadores, los prenseros, bueno, todos los actores de la industria del libro, se masturban, si lo hacen, por pereza. Pero para el editor, me parece, es parte de su ciclo vital.
Martes. Los museos son lugares afirmativos, de conocimiento. Pero trabajar en un museo es otra cosa.
Más tarde. Hace años entrevisté al ingeniero Gaffuri, que trabajó en vialidad nacional toda su vida y fue a Malvinas a hacer caminos. Como veterano y civil, Gaffuri siente mucho la causa. Y las dos veces que fui a verlo a su casa en zona norte me mostró sus fotos. En una, que copié con mi cámara, aparece el técnico en mecánica de suelo Roberto Emilio Cogorno, que también fue con Gaffuri a Malvinas. Había ido antes, en tiempos de paz, a hacer la pista de aviones para los kelpers. Tenía cuarenta y ocho años cuando fue a la guerra. Según me contó Gaffuri, había fallecido hacía relativamente poco. En la foto que más me gusta, se quedó dormido en el suelo en la casilla móvil que usaban de vivienda. Adelante tiene un ejemplar de una revista de Columba. Gaffuri me dijo: “El gordo era loco de las revistas esas, El Tony, Nippur, se llevó muchas, y quedaron allá cuando terminó la guerra y volvimos. Las debe tener algún kelper.”
Miércoles. Sociología de la guerra es un buen título. No hacía falta la filosofía y la paz.
Más tarde. No existe el arquero al que no le hayan hecho goles. No existe el escritor que no haya escrito un par de gansadas.
Jueves. La siempre penosa tentación del atajo. El atajo en sí puede salir bien. No es el atajo lo que me inquieta. Sino la tentación, la especulación… La sensual y finalmente desabrida duda.