Sábado. Dolores en el codo. Y ahora también en la nariz, justo donde se apoyan los anteojos, en el ceño. ¿Por qué? No lo sé. Pero, de a poco, el de la nariz remite. El del codo va y viene. Quizás sea por la posición en la que duermo. Escribí sobre Borges y la carta de Hidalgo con la sensación de estar haciéndolo mal. Linda sombra de duda: ¿qué pasa si ahora resulta que estoy escribiendo por abajo de mis estándares que no son tan bajos después de todo? Descargué en pdf y empecé a leer El nacimiento de la república popular de la Antártida de John Batchelor. No me desagrada como está escrita, aunque entiendo que a veces Batchelor hace una de más. Nunca puedo pasar de la parte de Estocolmo. ¿Cuándo llegamos a la Antártida, John? ¿La acción se va a dar en la península? ¿Van a encontrar argentinos por ahí? Noche, cumpleaños de mi madre. Mi tío respondió preguntas sobre Fórmula 1 con mucha solvencia y llamó a una batalla final contra el liberalismo y a favor de una Argentina nacional y popular.

Domingo. En la basura de la cuadra de mi casa, encuentro una foto de una pileta de verano. Hay dos personas en el agua que es de un verde intenso. Atrás se ve un edificio, al costado, unas reposeras. ¿A quién no le gustaría estar en esa foto, nadando y descansando? El invierno que pasó fue muy largo. El frío empezó en el otoño y no paró. Ahora llega una primavera que promete alivio. Alberto Hidalgo: “Pocas entidades tan perecederas como las palabras.”

Lunes. Revisamos la biblioteca con Pierina. Seleccionamos libros para vender. Pensamos que podríamos poner una librería virtual. Limpiamos libros que no tocamos hace años, décadas. En un momento pienso que ya no tengo que ir a comprar nada, tengo que ir a mi biblioteca y ver qué tengo ahí. “Estos tienen mucho polvo” dice Pierina. “Los libros y el polvo se conocen desde hace siglos” le respondo. Pero igual los dos limpiamos.

Más tarde. En 1973, el actor y empleado de CADE Miguel Ángel Cortese, acompañado por su amigo Antonio Valleta, hizo un viaje al sur en el ARA Bahía Buen Suceso. Pese a que se trataba de un buque de la Armada, viajó como turista. Salieron del Puerto de Buenos Aires, dique 2, lado Este, en noviembre de ese año. Durante el viaje, el Bahía Buen Suceso fue tocando puertos patagónicos hasta llegar a Ushuaia y de ahí cruzó a Malvinas. En las islas, Miguel Ángel visitó las pingüineras, recorrió Port Stanley y se sacó muchas fotos con sus compañeros de viaje y también con algunos isleños, la mayor parte niños que se le acercaban para pedirle caramelos. Del bar The Globe, se trajo, como recuerdo, un vasito de vidrio. Miguel Angel recuerda que, tanto turistas como lugareños, se referían a los bares de Stanley como los Chupi House, mezclando el lenguaje coloquial argentino con el inglés. Una de esas noches en The Globe se le acercó una isleña. Le dijo que se llamaba Teresa, que no podía hablar mucho con él y le preguntó si conocía la calle Venezuela en Buenos Aires. Después le contó que su padre se había separado de su madre, había viajado a la capital argentina y quería saber si él podía llevarle una carta de su parte. Miguel Ángel le dijo que no tenía problema en hacer de cartero. Así que Teresa escribió una breve esquela en una pedazo de cartón: “Just a short quick note to tell you that I´m fine…” Sin embargo, cuando volvió a Buenos Aires y fue hasta la calle Venezuela, el portero del edificio le dijo a Miguel Ángel que el padre de Teresa se había casado con una mendocina y se había ido a vivir a Mendoza. El lunes 30 de septiembre del 2019, una semana después de cumplir ochenta y cinco años, Miguel Ángel donó al museo el vaso que trajo de The Globe, su pasaje en el ARA Bahía Buen Suceso, un albúm de sus fotos en Malvinas y la carta que Teresa le escribió a su padre. Para concretar la donación, hace unos años, lo visité en su casa de la calle La Rioja al 1500. Aparte de donar las fotos, que ahora reviso, el pasaje, la carta y el vasito de vidrio, Miguel Ángel me mostró algunos cuadros que tenía colgados en las paredes de su casa. Había varios retratos, algunos autorretratos, fotos de él en Ushuaia y pinturas de perros y paisajes. Mientras me contaba de qué año era cada uno, me señaló un cuadrito que estaba colgado aparte. “Es una copia del pasaporte de Frank Sinatra” me dijo. Me acerqué. Y sí, era una fotocopia del pasaporte de Frank Sinatra, prolijamente enmarcado. Lo felicité y Miguel Ángel agradeció la felicitación. Después hablamos un poco más de política, de su encuentro en 1957 con Alfredo Palacios, que lo había invitado a almorzar, y de su carrera como actor. Me mostró fotos de una obra en la que había participado, Fuerte Bulnes, en la que hacía de un “gobernador” de nombre Pedro Silva.

Martes. A la tarde, viaje programado para Mar del Plata. Me cuesta cortar con Buenos Aires, salirme de la ciudad. Pero cuando lo hago me siento bien. Incluso me parece necesario. Se dice que una vez Lacan abofeteó a un paciente. No creo que sea cierto. Una vez que se le empieza a pegar a los idiotas y a las histéricas, ¿cómo parar?