Sábado. En su número de julio de 1946, Les Temps Modernes publicó una narración de Samuel Beckett titulada Suite. La pieza estaba dividida en dos y, en junio, Beckett mandó la segunda parte a la revista. Pero no apareció en el número siguiente. En una carta breve, fechada el 25 de septiembre de 1946, Beckett se queja con Simone de Beauvoir que fungía en ese momento como editora. ¿Por qué no había salido la segunda parte de su Suite? El estilo de la carta es austero y amable. El malentendido se dio porque Beauvoir miró la segunda parte y pensó que se trataba de la primera, quizás con alguna corrección más. Deirdre Bair, su biógrafa, dice que Beauvoir pensaba que el texto publicado en el número de julio estaba completo. Al parecer, le confesó que el texto “no tenía ni comienzo ni final y el conjunto tampoco tenía ningún sentido.” La carta de Beckett es, como dije, muy breve. Y se lo nota afectado. Después de todo, se trata de una carta de queja a un editor. Pero es, al mismo tiempo, tan educado y lírico que no puede no ser leída con una sonrisa. En un momento escribe: “Perdone estas palabras grandilocuentes. Si tuviera miedo del ridículo me callaría.” Y después sobre el final agrega: “No se sienta molesta conmigo por esta franqueza. No tiene ningún rencor. Simplemente existe una miseria que hay que defender hasta el final, en el trabajo y fuera del trabajo.”
Sin comienzo ni final y el conjunto tampoco tenía ningún sentido.
Si tuviera miedo del ridículo me callaría.
Una miseria que hay que defender hasta el final, en el trabajo y fuera del trabajo.
Son todas frases muy descriptivas de la vida literaria.
Jueves. Un titular de infoBAE: “Soy gente de bien: la última entrevista del diputado de Misiones acusado por pornografía infantil antes de fugarse de la Justicia.”
Más tarde. Samuel Beckett. Carta a Michel Polac. Enero de 1952: “No tengo ideas acerca del teatro. No sé nada de teatro. No voy nunca.”
Viernes. En el verano de 1887, Alexander Chejov le escribe a su hermano mayor, Anton, para contarle que le acaban de publicar, por primera vez, un relato. En la carta le adjunta el recorte de la revista. Chejov le responde enseguida. Y lo felicita pero también le pregunta “¿por qué no elegiste un tema más serio?” Luego pasa a examinar el relato: “La forma es óptima, pero los personajes son acartonados; además, el tema es insulso.” El consejo que le da al final resulta muy chejoviano: “Mejor tomar algo de la vida real, cotidiano, sin trama y sin final.” La anécdota está en un libro que me pasó Napo y que se llama, claro está, Sin trama y sin final.
Sábado. Después de su partido en el club, vamos con Carmelo al Parque Rivadavia. En la feria, hay cajas con libros de dos mil, mil y quinientos pesos. Incluso hay algunas de doscientos pesos. Nunca hubo tanta diferencia entre esos libros usados y los nuevos que pueden llegar a veinticinco mil, sin problemas. Compramos figuritas y tomamos un helado, aunque el clima estaba fresco y el sol aparecía y desaparecía. Cada vez que vamos al parque, Carmelo me pregunta por mi colegio.
Más tarde. Parece que cada vez que lo veía, invariablemente Borges le decía a Manuel Puig que su nombre en catalán se pronunciaba Puch. Era lo único que le decía. Puig se terminó por cansar del comentario y al final ya le anticipaba: “Sí, en catalán se pronuncia Puch, lo sé.”
Domingo. “No tengo ideas acerca de los libros. No sé nada de libros. No voy nunca.” Algo de la vida real. Sin trama y sin final. Pablo Milani escribió una nota sobre los treinta años de Pulp Fiction para Revista Paco. Creo que Pulp fiction anticipa YouTube y la traducción al español del título también nos avisaba algo de lo que se venía con Internet. Mi pulp es la teoría literaria, ese ensayismo que dice siempre lo mismo, con los mismos personajes, y de forma épica y grandilocuente. A veces pienso en Lovecraft sentado en un viejo sillón victoriano, hojeando una traducción del Quijote. A veces pienso en la foto de ese soldado de infantería inglés durante 1941, con rifle, bayoneta, humor y máscara antigás.