Lunes. Volví a ver Watchmen. Me volvió a gustar. Salió mi libro sobre la Antártida. Creo que es digno. Vi Civil War de Alex Garland. Pensé que estaba basada en una novela y la busqué pero es guión original del director. Hubiese leído la novela con entusiasmo. La música es un acierto. En un momento suena Ghost Rider de Suicide. Lo que en los ochenta se filmaba en El Salvador, o en África, o en Asia, en Guerra Civil se hace en USA. La misma escena con la fosa común, el fusilamiento, los cuerpos colgados en la autopista a la mexicana... Pero lejos de ser previsible, resulta auténtico y convocante. California y Texas se llaman a sí mismas Fuerza Occidentales y usan una bandera de dos estrellas. Florida se independizó. El final, con el asalto a Washington, es excelente. Un presidente al cual todo se le va de las manos, en tercer mandato, resiste en la Casa Blanca… Toda la reflexión sobre el arte de retratar la guerra es precisa y sutil. El fotógrafo quiere la foto. Lo que lo rodea –tiros, bombas, muerte– pasa a un segundo plano.
Más tarde. Compré Discursos de Ricardo Rojas y lo empecé a leer. Quizás sea el Rojas más ampuloso y polvoriento, el más social, el más pomposo. Y así y todo, es interesante. Napo me insistió para que lo comprara porque lo tenía y me mandó una foto del índice. El libro tiene cien años. Es de 1924. No parece contemporáneo de Arlt. Quizás si esté un poco más cerca del Fervor de Buenos Aires de Borges, aunque tampoco.
Martes. El novelista que imagina novelas no las escribe. Para el novelista, imaginar es una desgracia. Volver del trabajo en tren, imaginar escenas, párrafos, diálogos, personajes, y no escribir una línea, es todo pérdida. Más tarda el tren, más pierde el novelista. El novelista es El Avaro de Molière. Así de ridículo y torpe. Otro enemigo del novelista es el cansancio. ¿Cansancio de qué? Cansancio físico pero también mental, cansancio, sobre todo, de leer novelas. Leo los gauchescos de la Historia de Rojas. Larga y arrebolada introducción racial para justificar el innegable impulso del determinismo geográfico. Al mismo tiempo, sacando algunos detalles, Rojas tiene razón. Más aún, él es el que funda ese sentido común argentino. Lo fija, lo traduce, lo ordena y lo modela.
Miércoles. Sacando la Antártida y las Georgias y Sandwich del sur, nuestro país debería tener las fronteras del Virreinato del Río de la Plata. Eso es lo que heredamos de España. Chile debería ser una comandancia, pero nosotros teníamos salida al Pacífico. Uruguay, Paraguay, nuestras provincias. El sur de Bolivia también. Una parte del sur de Brasil… Esta es nuestra verdadera integridad territorial. El Virreinato del Río de la Plata, nuestra casa antes de que Inglaterra nos dividiera. Con Robles, empezamos hablando sobre la Primera Guerra y las fotos con máscaras de gas y terminamos hablando de Arlt. Coincidimos en que Los siete locos es la mejor novela de la historia de los libros argentinos.
Más tarde. Estoy compilando las entrevistas que le hicieron a Mavrakis y con eso voy armando un libro digital. Es como ver en una pantalla pasar la historia de la literatura mientras sucede. Y contada por Mavrakis, es una historia magnética. Revisando mi archivo de fotos, encuentro una de una librería del centro. En un estante alto, se ve la parte de “Crítica Literaria.” El cartel parece tallado en madera. Pongo la foto en las redes y David Wapner me comenta: “De lejos, sin anteojos, veía balas y cartuchos.”