Sábado. Toda la semana engripado. Un virus, deduzco. Miércoles, jueves y viernes fueron un desierto. No podía hacer nada salvo sentir dolor. Hoy, ligeramente mejor.
Más tarde. Empiezo a tomar antibióticos porque el moco producido por el virus me generó una infección en la garganta. Cuando trato de pensar cómo fueron esos días, y sobre todo esas noches, lo que me sale es diferentes tonos del marrón. La luz amarilla de mi habitación, la pared, las sábanas, la estufa, la mesa de luz. Durmiendo recibía imágenes fragmentadas de lo que había visto durante el día pero teñidas con esa aridez y siempre fuera de foco. En un momento, llegué a soñar o a delirar que los correos de Gmail me llegaban directamente a los ojos que me ardían. Sentía la falta de humedad también en la garganta, en las encías. Se me secaban los dientes. Tomaba agua y me levantaba para ir al baño cada veinte minutos. No lograba dormir más de media hora sin despertarme.
Domingo. Santiago Festa me reprendió sobre el tema de la guerra como modelo de acumulación de riqueza y me señaló los límites de ese razonamiento. Dentro del Imperio Romano se vivía en la famosa Pax Romana. Había un orden. Y también de verdad que la salida a esta infamia contemporánea de sangre y alucinaciones es la Palabra de Dios. Mientras me recupero, de forma lenta, escucho sus mensajes de audio. Dante es el único vivo en un libro de muertos. Su pecado era la soberbia.
Más tarde. Leo en un portal perdido de la web que Moscú, por la entrada inglesa en la guerra, podría “apuntar sus armas contra las bases del Reino Unido en las Islas Malvinas (...) así como también instalaciones en países africanos como Sierra Leona u otros territorios como Gibraltar.”
Lunes. Viene a verme mi madre y me trae algo para comer. Un poco de te, pan y queso. No quiero salir todavía. Hace frío. Me siento muy blando todavía por la enfermedad. Mi madre insiste en que me llevé libros a su casa. Mira mi biblioteca, que no es para nada grande, pero está desordenada, con libros y revistas tiradas sobre la mesa y por ahí, y la veo pensar en el desastre. Hablamos sobre Milei. Hace una semana que no hablo con nadie en persona. Milei parece un villano de historieta. Eso lo puede ver cualquiera. Pero en la literatura argentina hay descripciones y especulaciones más precisas sobre cómo un grupo de resentidos y lúmpenes, gente de los bordes que odia los bordes, fantasea con tomar el poder. La síntesis inaugural de esa narración atómica es Los siete locos, la mejor novela argentina de todas las épocas. Con esa novela, Arlt, virtuoso, no describe el futuro, sino que lo modela. Los siete locos no es un oráculo, aunque pueda funcionar como tal, sino que es una máquina de fabricar realidades, que, en nuestro país, cambia y, al mismo tiempo, siempre es igual, como un calidoscopio ciego.
Martes. Milei entró en una conferencia de prensa del vocero presidencial y dijo que “vamos a avanzar en una reforma del Estado con Google y con IA.” Como guión de una película de ciencia-ficción es previsible, pero como sainete del siglo XXI está interesante.