Lunes. Ayer, mi madre con mucho dolor y fiebre. Llamamos al médico a domicilio. Llega una venezolana o colombiana bajita. Habla mucho. A veces con ligeras contradicciones o inconsistencias. Sí, paracetamol. Sí, hidratarse bien. Sí, estamos viviendo un brote de dengue. Deja unas prescripciones, cobra un adicional y se va. Hoy en el Cemic mi madre se sacó sangre para un recuento de plaquetas. En la puerta, esperando el auto que nos traiga de vuelta a su casa, se desvanece. Me confiesa que hace treinta horas que no come nada. Ya en su casa, almorzamos. No puede estar afuera de la cama. Toma el paracetamol y se duerme. Me instalo a leer en la habitación de visitas. Mi madre hizo pintar toda la casa de blanco. Todo. Puertas, picaportes, marcos, zócalos, persianas, placards, paredes, techos, radiadores. Como el departamento de mi madre está en el centro de la manzana no hay ruido. En ese entorno termino mi segunda lectura de Mussolini, la biografía de Peter Neville.
Martes. Al parecer, Borges nunca terminó el secundario.
Más tarde. Las historias del futuro y sus formas ¿quién las conoce?
Miércoles. El consenso por ignorancia trae miseria.
Más tarde. Mientras lavo los platos en la casa de mi madre, imagino un relato breve sobre dos androides escritores que, en un futuro lejano, discuten las posibilidades de que sus respectivas obras sean leídas cuando ellos mueran. (En este universo imaginario donde los robots son poetas y novelistas y los androides tienen una vida útil extensa pero no infinita.) La discusión va al detalle. ¿Qué páginas de las que ellos compusieron y por qué se van a leer en ese futuro del futuro? Desde luego, los androides citan a Borges. Si conozco la manera de leer del futuro, puedo conocer su literatura… Etcétera. Uno de los androides dice que va a intentar escribir sobre el presente para que en el futuro usen su literatura testimonial para conocer qué pasaba en ese momento de la historia. El otro le responde que aunque el escritor no lo busque, siempre escribe desde el presente. Se puede situar la acción de una novela en el pasado remoto pero se la escribe en el presente, con las ideas del presente. El otro androide, el especulador, se queja y dice que el tiempo de la narración define un saber sobre el espacio y sus costumbres. Y que ellos no leen el siglo XX para saber cómo era la Edad Media. Ellos leen la Edad Media. La discusión entre los androides se transforma en una larga conversación ininterrumpida que dura meses y enseguida años, y también décadas. Disponen de todas las bibliotecas de la historia para argumentar. El debate se estira. Pero una tarde de verano, sin razón aparente, hacen un alto y se dan cuenta de que ya están en el futuro. Y entonces ambos mueren. Su mejor obra, esa larga conversación sobre qué se leerá en el futuro, accidentalmente se borra y se pierde.
Jueves. Hace unas semanas, tratamos de ir con Cecilia al museo que hicieron con la basura que sacaron de la vieja cisterna de Rosas, pero estaba cerrado. Ella estaba entusiasmada. ¿Por qué? Mi visita era irónica. ¿Se puede hacer otro tipo de visita a ese lugar? Arqueología de la basura de uno de los políticos más importantes de la historia argentina. ¿Qué pensaría Rosas de Milei? No hay mucho lugar para especular.
Más tarde. ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? ¿Quién de nosotros lo quemará en un fuego nocturno?
Viernes. No hay que confundir convicción con esquizofrenia.