Domingo. Viajamos a Las Heras y limpiamos un poco la pileta. Tenía solo la mitad del agua. Llenamos lo que faltaba. (Siempre es rara, incómoda, una pileta a medio llenar.) Después de almorzar, nadamos. Hacía calor y el agua estaba fresca. Hablé con Pierina de Virginia Woolf. Hablamos de Orlando, y de cómo el periodismo emocional busca resaltar sus breves relaciones lésbicas en vez de analizar mejor sus ideas sobre el amor, el humor y la amistad, el grupo de Bloomsbury y también hablamos de Horace, al que nadie le prestó la atención que se merecía. Le pregunté si le gustaría escribir un libro sobre Virginia y me respondió que le gustaría hacer una película. No oculté mi sorpresa. El pronóstico del clima decía que a la madrugada iba a haber tormenta pero dudamos porque la noche estaba muy tranquila. Cenamos y cerramos y guardamos algunas cosas como la ropa que se estaba secando. Cuando todos se fueron a dormir, me acosté a leer en un colchón en el piso del living. Hacía calor y cerré los ojos sin darme cuenta. La tormenta me despertó. Ya había luz, aunque era muy temprano, y me quedé un rato despierto, sintiendo el viento y viendo los árboles moverse hasta que me volví a dormir.

Lunes. Paró la lluvia y en la mesa del jardín me senté con Pierina que estudia matemática. El tema es límites. Nunca estudié ese tema, le digo. Llegué a integrales y derivadas. Me gustaría volver a repasar funciones lineales, polinómicas, cuadráticas. No sé por qué. El viento sigue sacudiendo un poco los árboles. Celia relee La insoportable levedad del ser. Más tarde, en la casa, escucho a mi madre hablando con la mujer de mi hermano sobre psicosis pero no escucho bien. En los apuntes de Pierina, que dejó en el suelo, encontramos pegado un caracol de tierra.

Más tarde. La casa no tiene biblioteca. ¿Por qué? Quizás sea un acierto esa falta. Mi madre lee una biografía sobre la vida de Aurora Venturini.

Martes. ¿Qué tenemos que leer? Nada. No hay que leer nada. No tengo que leer nada. ¿Qué tenemos que leer? No hay respuesta a esa pregunta. La pregunta debe ser mejor, más puntual, más precisa. ¿Qué tengo que leer si quiero entretenerme? ¿Qué tengo que leer si quiero aprender más historia argentina? ¿Qué sirve para evadirme? ¿Qué tengo que leer para aprender mejor una lengua? La pregunta ¿qué tengo que leer? no existe, no hay respuesta. No hay deber en la lectura. ¿Quien es el lector curioso? Soy un lector curioso dice alguien. Ya estoy muy cansado de todo eso, de toda esa morondanga. Muy cansado porque no estoy escribiendo una novela. La única forma que tengo de enfrentar y defenderme de ese manoseo teórico es escribir una novela. Pero no me lo estoy permitiendo. No sé por qué. También me defiendo escribiendo de forma fragmentaria, este diario y otros diarios que llevo, que son, en definitiva, una única cosa unida.

Miércoles. Hay zonas, trechos muy largos, donde la muralla china es apenas una pared tan baja que, a veces, se levanta no más que unos centímetros del suelo. Se puede cruzar a pie, de un lado al otro, sin problemas. Cuando pensamos en la muralla, pensamos en la zonas más urbanas, las que mejor se conservan, las más turísticas, las de paredes altas, alamedas y torreones, pero no toda la muralla es así. Hay muchas murallas en la muralla. Hay muchas formas diferentes en la forma. Que esto sea así implica una gran lección sobre la percepción.

Más tarde. Eso que llaman teoría literaria es muy parecido a la mierda.

Jueves. Tucker Carlson después de su viaje a Rusia para entrevistar a Vladímir Putin: “Moscú es mejor que cualquier ciudad en Estados Unidos.” La entrevista me resulta excelente.

Viernes. Ayer en un bar del Abasto le compré una página a un poeta que repartía sus poemas por las mesas. Le di doscientos pesos que es muy poco y el poema resultó muy bueno. Está escrito en una prosa impresionista y ajustada que habla sobre iglesias, discotecas, la música de los graves y los trenes, y deja entrever esa ligera desesperación que puede llegar cuando uno está bebiendo o intentando distenderse en lugares sociales. El poema no está firmado. No sé quién es el autor, lo cual hace que el poema sea todavía mejor. Ya no puedo pensar como una joven promesa. No soy joven y no hay nada prometedor en mí. ¿Por qué debería de hacerlo? Quizás porque no tengo lectores más allá de los amigos. ¿Los lectores desconocidos me esperan en el futuro? Es a donde voy, no puedo ir a otro lado. Les hablo desde el pasado, lectores, acá las cosas van más o menos, como siempre. El año que viene cumplo cincuenta. En un punto es un alivio. Cuando cumplió sesenta y uno Dave Gahan dijo: “En mi mente todavía tengo 25 años y estoy tratando de armar mi vida.” Probá sin fama y sin dinero, Dave, a ver qué se siente.